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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
28 November 2017
Di con El noviembre de Kate por casualidad. Echando un vistazo a los lanzamientos allá por finales de junio me apareció esa portada con la bufanda voladora, las hojas otoñales, el abrigo (¡que me encanta, quiero uno!), la melena al viento, esos colores... y me gustó tanto que me puse a leer la sinopsis sin ni siquiera mirar el nombre del autor. Fue cuando llegué al final y vi lo de una novela feelgood ambientada en Inglaterra cuando se me encendió la bombilla y miré el nombre de la autora... Mónica Gutiérrez. Creo que le escribí enseguida para preguntarle si era ella, aunque realmente no me cabían muchas dudas. Nunca le he preguntado si está contenta con esa portada, pero a mí me parece una preciosidad, y creo que capta muy bien el espíritu un tanto mágico de Kate y su esencia de brujilla buena.

Cuando ya lo tuve en mi poder, hablando sobre este libro con una amiga le dije que con esa portada, ese título, esa nevada de la trama... ¿cómo se le ocurría a la editorial sacarlo en julio? Ella me dijo que menuda tontería (tal cual... qué poco respeto, oye), pero yo seguí en mis trece, y por unas cosas o por otras, unas conscientes, y otras inconscientes, varios meses después de leerlo... ahora he encontrado el momento adecuado para que salga la reseña. En noviembre. Como tiene que ser. Y si de mí dependiese le hubiese hecho foto en la nieve, pero donde yo vivo es como pedir que lluevan ranas de chocolate. Esto además me ha permitido algo que me apetecía mucho: leerla de nuevo y "en condiciones". La primera fue a 40 grados a la sombra (os hablaré de lo mucho que odio el calor en otra ocasión), y esta ya ha sido bajo la manta, con un té calentito y unas galletas al lado. Menuda diferencia de ambientación... Acurrucada en busca de calorcillo, con degustación british que llevarse a la boca, y con el poso que da siempre leer algo por segunda vez, creo que la he disfrutado incluso más.

Sé que a estas alturas ya han salido muchas reseñas, y que lo que yo diga a nivel de argumento ya estará muchas veces dicho y es de sobra conocido, así que quiero centrarme en lo que me ha transmitido a mí la historia. Intentaré que no me quede muy largo, pero no prometo nada (con lo larga que me ha quedado la intro, no tengáis muchas esperanzas).

Leer cada una de las novelas de Mónica es como reencontrarte con algo que sabes que te va a gustar, pero aun así te mueres por descubrir qué será diferente y nuevo con respecto a los anteriores. Y nunca defrauda: su estilo cálido, reposado, cercano, bonito... siempre está ahí, y cada uno de sus libros está un escalón por encima del anterior. Aun así, El noviembre de Kate va más allá. Es como ser testigo de una Mónica 2.0 y ver la evolución de una escritora ante tus ojos, una escritora que ya empezó con una pequeña maravilla como fue Cuéntame una noctalia y que desde ahí no ha hecho más que superarse y mejorar en la complejidad de sus tramas, cosa que en esta historia es evidente ya no solo en la historia principal sino también en las secundarias.

Mónica sabe que yo tiendo a dejar las tramas amorosas en un segundo plano o, por definirlo mejor, no es en lo que más me fijo cuando leo sus libros. No porque les quite importancia o no me gusten, sino porque las veo como un complemento necesario para la historia, como el detonante indispensable que sus protagonistas precisan para salir de sus burbujas al tiempo que sanan y cicatrizan sus heridas, pero no como la finalidad en sí misma de lo que en ella se cuenta. Nunca las he sentido como tal, y El noviembre de Kate no ha sido una excepción. La relación (o la evolución de esa relación) entre Don y Kate es sin duda el motor que mueve la historia, lo que complementa la narración, pero creo que la base de este cuento de brujas buenas y polis buenos justicieros es precisamente todo aquello que les ha llevado a ambos a la situación en la que están y a todo aquello que se aferran casi inconscientemente para salir de ella. Y esa situación se presenta de un modo natural porque les llega en el momento preciso en el que ambos están preparados para dejarse llevar por ella, ni antes ni después.

Dicho esto, huelga decir que en lo que más me fijo es en la evolución de sus personajes a lo largo de la trama, que en el caso de El noviembre de Kate, y a diferencia de sus otras novelas, no concierne solamente a su protagonista femenina, sino también al masculino. En Cuéntame una noctalia, Cole está ahí pero los que realmente nos importan son Grace y su familia; en Un hotel en ninguna parte, Samuel gana mucha relevancia como personaje masculino y tiene voz propia dentro de la narración, pero Emma, como personaje femenino, sigue siendo el centro de la historia y es a ella a quien realmente conocemos y de quien realmente sabemos en qué momento se encuentra y cómo va evolucionando conforme pasan las páginas. En El noviembre de Kate es cuando ya vemos un personaje masculino, Don, que, aunque sigue a la estela del femenino sin llegar a ponerse nunca a su altura (porque la autora tampoco lo pretende, diría yo), resulta tangible para el lector; tiene su propia trama, su propio recorrido y sus propios demonios que exorcizar. Kate es la dueña de la historia, pero Don llega desde el principio para quedarse.

Hay una frase pasados unos capítulos del libro que define perfectamente la situación emocional en la que se encuentra Kate; dice algo así como que ha bajado el volumen de la vida al mínimo para que nada le moleste y pueda permanecer anestesiada, y sinceramente creo que es difícil expresar mejor en tan pocas palabras la rutina existencial en la que Kate está atrapada, y con la que resulta fácil empatizar. Tiene un trabajo que empezó siendo temporal, que odia, que se ha eternizado en el tiempo y que no sabe cómo abandonar; le aterrorizan los cambios, la incertidumbre, el no saber qué pasará si abandona la comodidad de la silla que ocupa todos los días; se siente muy sola, y habita en una especie de tristeza desangelada y desesperanzada de la que es muy consciente pero a la que se aferra como si el hecho de dejarla marchar fuese a incrementar el vacío en el que está perdida.

Es en esta situación cuando todo empieza a cambiar para ella con la aparición de ese programa de radio que emite desde un caserón del siglo XIX, con la entrada de Don y sus amigos en las noches de los viernes, con el empujón de ese Pierre sabio detrás de la barra de un bar escondido en un hotel de lujo y la intervención de esa histórica, monumental y descomunal nevada que espera su momento oportuno (con permiso de William) para descargar su furia justo en el instante de la historia en que tanto Kate como Don están preparados para afrontar ese mundo que les duele a pesar del letargo adormecido con el que lo afrontan. Esa nevada no solo aisla a la gente en sus casas, sino que posibilita la vida dentro de ellas, unas vidas que hoy en día, tal y como están las cosas, vivimos más hacia fuera que hacia dentro, cegándonos ante los pequeños detalles, pequeños momentos, pequeños instantes que lo cambian todo y sosiegan el alma. Y esta tormenta de inmensas proporciones facilita precisamente eso, que el tiempo se detenga fuera pero se llene de vida y momentos de esos que alimentan el espíritu dentro de la casa de los Berck. El mundo tiene que pararse fuera para que tengamos tiempo de darle vida dentro, podría decirse.


No puedo dejar de mencionar ciertas huellas que forman parte del mundo que Mónica entreteje en sus novelas y que a poco que se conozcan son fácilmente identificables: ese señor Berck que, con su sabiduría y su saber estar, tanto me recordaba al abuelo de Grace en Cuéntame una noctalia; esa señora con el pelo rosa pastel que con un té, unas galletas y unas sabias palabras nos recuerda que la vida es capaz de ofrecernos muchas cosas buenas, al estilo de la señora Povedy de Un hotel en ninguna parte; o ese jardín mimado donde perderse y sentirse a gusto que tanto me traía a la memoria al de Samuel en le Bosc de les Fades. Leer sus novelas es como buscar y encajar las piezas que forman parte de ese estilo que ha hecho tan suyo y tan personal.


A todo esto, y por ir terminando (sí, ya termino, prometido), lo de la ubicación en Inglaterra que se nombra en muchas sinopsis que rulan por la red lo puedes intuir, pero jamás está explícito en la trama. Yo quiero creer que está ambientada allí, pero porque a mí todo lo que me gusta y está emplazado en un sitio indeterminado, me lo llevo para allá. Me aferro a varias pistas que seguramente serán fruto de mi imaginación para hacerme ilusiones. Por otro lado, las referencias culturales constantes, las alusiones a series y películas que en algunos casos podrían considerarse un poco frikies (y que huelga decir creo que pillé todas, y a mucha honra) y las menciones a la literatura en general y al romanticismo en particular (en referencia al movimiento cultural, no al género literario) son otras de las gozadas que pululan por el libro.

Que me ha gustado mucho, por si no se nota. Que es un lujazo ver crecer a Mónica como escritora con cada libro que publica, que es una alegría inmensa comprobar que una editorial ha sabido ver lo bonito que escribe, y que estoy deseando leer lo que tenga a bien publicar próximamente. Que espero que sea a no mucho tardar, dicho sea de paso.
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