Los naufragios del corazón

"Tenía dieciocho años cuando Gauvain se metió para siempre en mi corazón, sin que nos diéramos cuenta ni él ni yo. Sí, todo empezó por el corazón, o lo que entonces yo tomaba por el corazón, y que todavía no era más que la piel." (Pág.15).

"---¿No hay en ti sitio para la locura?... Bueno, ya sé que es una palabra que no te gusta. Digamos, la evasión... ¡Otra cosa, vaya! --- Acusó el golpe y se puso a reflexionar de verdad ---. Eso no quiere decir, claro está, cambiar de vida, significa simplemente tomarte de vez en cuando un momento para disfrutar... hacerte un regalo, ofrecerte algo que no esté programado..." (Pág.74).

"Durante los diez años siguientes, mi existencia estuvo demasiado ocupada como para pensar en mis primeros amores. La nostalgia llega más tarde, cuando el segundo amor, ese por el que hemos arriesgado la vida, empieza a zozobrar. Lo no vivido adquiere entonces un atractivo poderoso." (Pág.59).

"Pero yo quería ser inolvidable para él, aunque tuviera que estropearle el matrimonio, con esa crueldad cándida de las jovencitas a las que no se les ocurre un solo instante el tibio consuelo de saber que el hombre amado vive en paz con otra mientras goza del refinado placer de haberle dejado una nostalgia incurable." (Pág.46).

Al día siguiente van a separarse, y separarse para ellos es perderse, quizá para siempre. Ya han conocido varios de esos para siempre.

Me daba cuenta de hasta qué punto en la pareja todo es una cuestión de mirada: uno puede irritarse o enternecerse ante un mismo gesto según se busque una razón para vivir con alguien u otra para dejarlo. Ahora me molestaba todo de Sydney.

"No habrías hecho más que estropear un bonito recuerdo", me dijo Frédérique, más que razonable.
Su frase me enfadó aún más. Los recuerdos enlatados no me interesaban. Odio los recuerdos bonitos. Solo me gustan los futuros bonitos.

Gauvain y yo no frecuentábamos la misma persona y era él quien conocía la auténtica.