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ISBN : 842069178X
784 páginas
Editorial: Grupo Anaya, S.A. (13/11/2014)

Calificación promedio : 4.75/5 (sobre 2 calificaciones)
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
MaiteMateos
 15 July 2023
Se suele afirmar que este ensayo convirtió al británico Robert Graves, más conocido por su novela “Yo Claudio”, en un autor de culto. Robert Graves construyó “La diosa blanca a partir de una serie de artículos publicados en la revista literaria “Wales”, con los que conformó un ensayo que en un principio bautizó como “El corzo en la espesura”y lo rebautizó más tarde como “La diosa triple” pero acabó publicándolo en 1948 bajo el título de “La diosa blanca”.


La poeta y también ensayista Laura Ridding, que fue compañera de Graves durante un tiempo, afirmó que el autor se había inspirado en sus ideas y escritos para confeccionar “La diosa blanca”.
Sea como sea, la primera recepción de la obra, entre los académicos, fue muy decepcionante para Graves, pues o la ignoraron o la criticaron por considerar que carecía de veracidad histórica y por su carácter eurocéntrico. Pasados los años 50, prestigiosos historiadores y académicos comenzaron a confirmar las tesis de Graves, destacando la figura de Gimbutas. A pesar de todo, una parte del feminismo siguió criticando la limitada mirada masculina de Graves, que veía en la figura del poeta a un héroe y en la diosa a una musa al servicio de los intereses del mismo. Sin embargo, entre ciertos círculos intelectuales, sus controvertidas teorías hicieron mella en figuras de la talla de Sylvia Plath y Ted Hughes.
Graves defiende en “La diosa blanca” la tesis de la poesía como un lenguaje simbólico. de hecho, define y subtitula la obra como una gramática histórica del mito. Sugiere una línea de conexión entre los mitos británicos, griegos y hebreos, conclusión a la que llega analizando todos los textos de las tradiciones antiguas y largos poemas medievales como “La batalla de los árboles o Cad Godden”, el “Libro de Taliesin”, el “Libro de Ballymote” o “La canción de Amergin” entre muchos otros.
La exposición de su tesis es al fin y al cabo bastante caótica, desordenada, de difícil lectura, pero fascinante, hasta el punto en que más que una reseña me siento obligada a elaborar un largo resumen.
Explica que originalmente, el poeta era el jefe/jefa de una sociedad totémica de bailarines cantores. Sus estrofas (versus es una palabra latina que corresponde a la griega strophe y significa “una vuelta”) eran bailadas y cantadas alrededor de un altar o un recinto sagrado. Cada estrofa iniciaba una nueva vuelta o un nuevo movimiento de la danza. La palabra “balada” tiene el mismo origen: es un poema bailado, del latín ballare, bailar. Todas las sociedades totémicas de la Europa antigua giraban en torno al mito de la Gran Diosa, la Madre Tierra, con sus numerosos nombres y manifestaciones. El mito de la Gran Diosa era el único gran tema de la poesía, metáfora de la vida, la muerte y la resurrección del Espíritu del año, el hijo y amante de la diosa. Un tema que iba siempre acompañado de motivos repetitivos,como el laberinto, la cruz, la fortaleza en espiral… Todos esos motivos son imágenes que simbolizan la vida y la muerte. La cruz o madero era una imagen que se quemaba como símbolo de la renovación del año y como un deseo de buena suerte. El hombre-dios crucificado en un madero simbolizaba el Espíritu del año y era ya una imagen propia de la mentalidad prehistórica.
Para Graves pues, “La diosa blanca” es un símbolo más del gran tema poético que es por antonomasia el porqué de todo, el porqué de la vida y la muerte, entendidas como algo cíclico, estacional. Ésta es básicamente la función del mito, símbolo o metáfora de la verdad y no una vulgar ficción fantasiosa.
Graves afirma que el lenguaje poético del mito y el símbolo empleado en la Europa antigua no era difícil al principio, pero se hizo confuso con el paso del tiempo a causa de las frecuentes modificaciones debidas a los cambios religiosos, sociales y lingüísticos y a la tendencia de la historia de corromper la pureza del mito, ese mito estacional de la Gran Diosa que era también una diosa triple o tríada que expresaba así sus tres aspectos vitales, niña, mujer, anciana (doncella, madre, bruja), vinculadas a las tres fase de la luna, pues en un inicio la humanidad se regía por un calendario lunar y su vínculo con lo masculino y las divinidades masculinas tendían a permanecer en un plano de igualdad. En el tránsito de lo matrilineal a lo patrilineal, la humanidad comienza a regirse por un calendario solar. Aunque la diosa era también una divinidad solar en su origen, todas sus manifestaciones y nombres comienzan a masculinizarse o a vincularse matrimonialmente con divinidades masculinas superiores y a derivar hacia el monoteísmo.
Así es como comienza a corromperse la pureza del mito. Es decir, los acontecimientos circunstanciales de la vida de un héroe-rey masculino, que adquiría un nombre divino, eran incorporados con frecuencia al mito cíclico o estacional que le daba derecho a la realeza, a una posición de poder y de dominio sobre los demás.
El mito del niño divino, que originalmente simbolizaba el año creciente, aparece en la etapa de transición de lo matrilineal a lo patrilineal transformado en el mito de Moisés, Llew Llaw, Rómulo o Zeus. Todos son niños separados de la madre tan pronto como nacen, los cría una cabra, una loba o una cerda que los amamanta y quedan a cargo de tutores.
Poco después aparece el enfrentamiento entre el mito de la diosa y el mito del héroe (como Teseo, Orfeo, Hércules, Mirthra, Jesús, Odiseo, Arturo, Cuchulain, Gwair…) que vence a la diosa, vista a partir de entonces solo desde su aspecto más negativo, el de la muerte y el mal, a menudo encarnado en un monstruo.
De la misma manera, si en el mundo prehistórico el mito estaba presidido por la diosa o la Madre Tierra, en el mundo clásico lo gobernaba Hécate o la reina de los duendes y las hadas, acabará con el tiempo liderado por un dios cornudo o macho cabrío, que representa al diablo en la Edad Media.
De modo que la educación poética, en la transición a lo patrilineal, comienza a orientarse a hacer el lenguaje lo más difícil posible para mantener oculto “el secreto”. El secreto entendido como el conocimiento. El secreto del alfabeto, el secreto del calendario. El secreto de la verdad, la verdad oculta en los versos. Pues quien tiene el conocimiento tiene el poder. En los tres primeros años de aprendizaje, el estudiante que aspiraba al título de ollave, druida, sabio, rapsoda o poeta, al servicio de un oligarca, tenía que dominar ciento cincuenta alfabetos cifrados…
A partir de aquí Graves analiza las imágenes poéticas del perro, el corzo y el avefría, a los que considera guardianes del secreto que todo poeta jura guardar. Detecta estos motivos en las obras dramáticas de Shakespeare, John Skelton, John Donne, Joanthan Swift, Keats, Coleridge y muchos otros.
Según Graves, lo único que los poetas modernos y de vanguardia ocultan es su desdichada carencia de secretos.
Afirma Graves que la poesía combina, en varios planos de pensamiento simultáneo el lenguaje, las imágenes y los ritmos musicales, aportándoles múltiples sentidos, algo que la pura prosa difícilmente puede lograr. Afirma que en el acto poético se suspende el tiempo y con frecuencia se incorporan detalles de la experiencia futura, como sucede en los sueños. Habla de la memoria del futuro, como el instinto o la intuición que solo un poeta puede poseer.
Todo ello me lleva a preguntarme ¿Por qué confinar a los mitos, originalmente expresados o comunicados en verso, a una manifestación o principio religioso, como hace Graves? Yo entiendo que los mitos son más bien pensamientos y emociones que los humanos tienden a convertir en manifestaciones religiosas. Y si los mitos son una fascinante fuente donde descifrar nuestro pasado, según Graves y según he intuido yo siempre, la poesía era y es una hermosa herramienta para expresar pensamientos y emociones.

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