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Crítica de Beatriz_Villarino


Beatriz_Villarino
29 April 2020
Llevaba triste unos días. Era una sensación rara porque no era una tristeza personal sino colectiva. Creo que es la primera vez que me ocurre. Me da pena nuestra sociedad y me duele casi tanto como si algo se me borrara por dentro. Pienso en Fausto. Oigo que cuando salgamos de esta pandemia, veremos el mundo de otra manera, valoraremos la vida con otra escala porque nada será como antes. Creo que no será así. Ojalá me equivoque; los fanáticos, los intransigentes, los avariciosos querrán tenerlo todo de nuevo. Releo Fausto. No hay más que echar un vistazo alrededor. Tenemos un gobierno que con apenas un mes de mandato se vio envuelto en esta catástrofe sin precedentes. Lejos de lamentarse está dando la cara desde el primer día, informando de lo bueno y lo malo, transmitiendo ánimo para afrontarlo y también equivocándose, claro (errare humanum est). ¿Por qué se oyen tantas críticas destructivas, tantos reproches, tantas quejas sin fundamento? ¿Dónde están las soluciones propuestas por aquellos a los que todo les parece mal?, todos esos capitanes a posteriori. En ningún sitio. Nadie tiene una solución rápida a algo sin precedentes, pero sí hay quienes quieren sacar beneficios a costa de crear inseguridades, ansiedades, a costa de derrocar y crear el caos para erigirse en los nuevos paladines (dueños), aquellos que verán cómo aumentan sus fortunas, aquellos que no moverán un dedo por nadie que no sean ellos mismos. Porque no lo movieron por la Sanidad en su día, ni por la Educación, ni por el bienestar público y ahora, en plena devastación exigen imposibles y prometen más imposibles todavía.

Sé que es una entrada larga a la obra universal Fausto. Primera Parte, del romántico Goethe, pero aunque no lo parezca, la actitud de estos intransigentes me recuerda a la del mítico y eminente doctor.

Ambos, los intransigentes y los mitos, ejercen gran fuerza en nuestras conciencias pues tienen aceptación popular. La aceptación de Fausto es evidente, desde que se forjó la leyenda a finales del XVI hasta nuestros días ha habido personajes que venden su alma al diablo con tal de saciar sus deseos, desde el Fausto de Marlowe que, en 1588 no pasa de gastar bromas pueriles hasta la versión de Goethe, en 1808, en la que el protagonista, para satisfacer sus ansias de saber y poder, se recrea en un egocentrismo y soberbia absolutos,

Yo imagen de Dios […] yo que me figuraba tener a mi alcance el espejo de la verdad […] yo que […] me veía en posesión de la luz y del esplendor celestial eterno […] yo que me pensaba saber qué cosa eran los placeres divinos […] yo que […] derramaba mis fuerzas libres en las arterias de la naturaleza…

hasta que se da cuenta de que es mortal, «No, no soy igual a los dioses, bien lo veo!». Aun así no desespera, siempre quiere más, aunque para ello deba destruir lo que hay a su alrededor. Mefistófeles llega a sentirse impotente pues, haga lo que haga, todo se normaliza con el tiempo. «Cuanto más me esfuerzo en destruir el mundo, más chasqueado me quedo […] todo vuelve a su estado normal».

Pero Fausto continúa exigiendo imposibles; no le bastan mujeres, riquezas, sabiduría… incluso quiere rejuvenecer de su propia vejez. Es verdad que ahora hay métodos para ello al alcance de muchos, pero en el siglo XIX Goethe tuvo que echar mano de lo evidente, así que un inocente diablo le aconseja «Salid al aire libre […] Manteneos de alimentos simples […] no os desdeñéis de echar vos mismo abono en el campo que cultivéis». Fausto, encolerizado le recrimina «La vida austera no se ha hecho para mí», a lo que con mucho sentido del humor Mefistófeles dictamina, «Entonces no queda otro recurso que la brujería».

Y de esta manera, el diablo le concede la belleza de otro cuerpo; nada le falta a este hombre insaciable hasta que Margarita, enamorada de él, consiente en dormir a su madre para evitar la vigilancia y caer rendida en sus brazos. Fausto la abandona, ella es encarcelada por provocar la muerte de su madre al administrarle una sobredosis de la droga entregada por el amante. Tiene un hijo fruto de sus desvaríos con Fausto-Enrique; la doble personalidad del enamorado consigue volverla loca, ve que es cosa del demonio. Cuando Enrique acude a sacarla de la cárcel, Margarita, horrorizada, lo rechaza con temor y después mata a su propio hijo para evitar que el diablo retoñe en su pequeño. Margarita es ejecutada como consecuencia de su acto sin ser consciente de que el diablo se reproduce constantemente. Todos podemos invocar a las fuerzas del mal que llevamos dentro cuando nos sentimos desilusionados. Todos podemos llegar a ser insensibles a la destrucción. Ya lo advierte el propio Mefistófeles en el Prólogo cuando habla con Dios, «Me compadezco de la miserable vida que arrastran los hombres, y hasta valor me falta para atormentar a esa pobre gente».

Y eso somos, pobre gente que lo quiere todo, orden y tranquilidad a nuestro alrededor, sin darnos cuenta de que al pensar solo en nuestra estabilidad, se desnivela la balanza. Queremos riquezas aunque a veces el dinero no valga para nada. Queremos un cuerpo sano aunque la medicina en ocasiones no pueda remediarnos. Queremos protección en épocas inestables pero se la negamos a los demás. Queremos eficacia pero coaccionamos los intentos de otros. Y vamos aumentando, como Fausto, nuestra ambición sin límites, la insaciabilidad, el desprecio a lo ajeno, creyéndonos inmortales. No lo somos. Hemos de llevar cuidado, podemos enfadar a ese diablo servicial que se muestra solícito en demasía, «suplico a vuestra codicia que no os haga perder a vos esos preciosos momentos, y a mí el trabajo» y conseguir que nos deje a solas con nuestra culpa, solo permitiendo que revivamos eternamente el desprecio que sentimos por los demás. Permitiendo solamente que vivamos con nuestros demonios, como Fausto

MEFISTÓFELES.- Ahora, sígueme.
(Desaparece con Fausto)

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