Cuando reflexiono que un solo hombre, reducido a sus simples recursos físicos y morales, ha bastado para hacer surgir del desierto esta tierra de Canaán, encuentro que, a pesar de todo, la condición humana es admirable
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Cuando reflexiono que un solo hombre, reducido a sus simples recursos físicos y morales, ha bastado para hacer surgir del desierto esta tierra de Canaán, encuentro que, a pesar de todo, la condición humana es admirable
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Plantaba robles. Le pregunté si la tierra le pertenecía. Me respondió que no. ¿Sabía de quién era? No sabía. Suponía que era un terreno comunal, ¿o quizás fuera propiedad de personas a quienes no les preocupaba? A él le daba igual no conocer los propietarios. Plantó así cien bellotas con sumo cuidado.
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Para que en el carácter de un ser humano se desvelen cualidades verdaderamente excepcionales hace falta tener la buena fortuna de poder observar sus actos durante muchos años. Si esos actos están despojados de todo egoísmo, si la idea que los guía es de una generosidad sin parangón, si hay certidumbre absoluta de que no ha buscado recompensa alguna y de que además ha dejado marcas visibles en el mundo, entonces se está, sin riesgo de error, ante un carácter inolvidable.
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Para que un personaje manifieste sus más excepcionales cualidades, hay que tener la fortuna de poder observar su actuación a lo largo de muchos años. Si dicha actuación está desprovista de todo egoísmo, si obedece a una generosidad sin par, si es del todo cierto que no abriga un afán de recompensa y que por añadidura ha dejado una huella patente sobre la faz de la tierra, entonces no cabe error alguno.
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Para ellos no había más que esperar la muerte, situación que no predispone mucho a la virtud
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Para tener una idea más precisa de ese carácter, no hace falta olvidar que actuaba en una total soledad; sí, total hasta el punto que, hacia el final de su vida, había perdido la costumbre de hablar. ¿O puede que ya no viera la necesidad?
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Ésta era la razón por la que nadie había tocado la obra de ese hombre; si lo hubieran sospechado habrían desbaratado su labor. Pero nadie sospechaba. ¿Quién habría podido imaginar en los pueblos y en las administraciones tamaña obstinación en una generosidad tan magnífica?
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Era la más extraordinaria reacción en cadena que había tenido oportunidad de observar
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Los robles de 1910 tenían entonces 10 años y eran más altos que él y que yo. El espectáculo era impresionante. Me quedé literalmente sin palabras.
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Nos separamos al día siguiente. El año siguiente comenzó la guerra del catorce, en la que estuve alistado durante cinco años.
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¿Cuál de los siguientes libros fue escrito por Gustave Flaubert?