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Desde el primer momento sabemos qué es lo que va a suceder: “Le pegué un tiro entre los ojos”, una frase que va repitiéndose a lo largo de la novela cual mantra. Aun así, la novela te engulle y te introduce en la espiral de tristeza en la que la protagonista se ve sumida. Ginzburg explica que en el momento de escribirla estaba muy triste, y eso es palpable de principio a fin. La protagonista, una mujer de la que no sabemos el nombre, empieza a obsesionarse con un hombre, pues lo ve como única salida a su vida miserable, y empieza a idealizar su relación, intenta convencerse a sí misma de que está enamorada de él. Como era de esperar, es un matrimonio infeliz; ambos son seres que se han visto empujados a dar ese paso por diferentes motivos, y ni tan siquiera el nacimiento de la hija, a la que se refieren siempre como “la niña”, aporta felicidad. Ni tan siquiera la niña es feliz. Escrita de una forma sencilla, la novela te atrapa desde la primera página, pero en muchas ocasiones tuve que darme un respiro y dejar de leer, pues la desesperación y tristeza me embargaban. Sin duda alguna, fueron las últimas líneas de la novela las que más me impactaron, sobre todo por los gestos, las acciones y los sentimientos tan cotidianos que describe justo después de haber puesto fin a la vida de su marido, y que te arrastran hacia la misma angustia y patetismo de la protagonista. Una novela tristísima, bella e intensa a partes iguales, sólo apta para valientes. |
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