Hijos del dios binario

David B. Gil se encuentra, por derecho, en ese olimpo de escritores cuyos libros han sido, son y serán pasto de mis ansiosos y devoradores ojos.
El problema es que leo a mayor velocidad que él produce.

Lo positivo, al margen de los excelentes momentos vividos, es que mientras David invente una nueva forma de atraparme, puedo explorar distintos horizontes.

Hijos del dios binario fue la segunda novela del gaditano y absolutamente distinta al Japón feudal al que nos tiene acostumbrados y que tantas alegrías no ha dado.

La novela, de partida, jugaba con la desventaja de ser un thriller con dosis muy factibles de ciencia ficción frente a un género que, de largo, disfruto más como la novela histórica.

Pero la curiosidad y las buenas experiencias que con el autor he tenido hacían de este libro una cita ineludible.

Quizás el único reproche, habiendo leído El instituto de Stephen King, sea que a los internados en centros educativos de Gil les falte mayor protagonismo en el relato, ya que había mucho hilo del que tirar, y sin embargo no es demasiado lo que nos narra el autor sobre ellos y su entorno.

La novela sigue las pautas de cualquier thriller de investigación periodística.

Un imperio de las finanzas bajo sospecha.
Un periodista amenazado que envía los archivos a una ex compañera antes de ser asesinado.
y, como no, el trillado, pero no por ello resultón, chica conoce a chico.

A ello, hay que sumarles sistemas domóticos avanzados, vehículos conducidos por navegadores y algunas cuestiones que no desvelo en beneficio del futuro lector.

De lo que no escapará la humanidad es de la corrupción de los poderosos, de nuevos sistemas de drogradicción, y del sometimiento a quienes por su edad, no pueden defenderse.
Gil simplemente, lleva las grandes lacras pasadas a un futuro no muy lejano.

Aunque la obra, es cierto, carece de profundidad, si sigue el patrón de todo buen thriller.
Agilidad, tensión narrativa y una trama funcional que engancha ambientada, en un mundo distinto, pero perfectamente reconocible.

Cumple sobradamente su misión: entretiene, evade y genera la necesidad de continuar leyendo.
En definitiva, un buen libro.