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Crítica de Roseta


Roseta
09 January 2020
Si te llamas Chowder Marris, quizá, sólo quizá, algo no va a salir bien. Si además esperas ser un guionista de éxito, creando historias nefastas, y para ello vendes tu alma al diablo, quizá puedas intuir tu final. O tal vez no. Porque nada es lo que parece en esta novela que narra la biografía “escabrosa y ruin” de su protagonista.
La primera imagen que tenemos de él nos lo dibuja como un ser fuerte, perspicaz, metódico. Alguien que calcula cada uno de sus movimientos, cada una de las acciones que acometerá en los momentos siguientes. Así se nos presenta, así se nos muestra. ¿Será esa la verdadera imagen de Chowder? ¿Son esas las cualidades de un perdedor? ¿Es así como uno intenta redimirse de sus pecados o, por el contrario, es así como pretende vengarse de una vida que le fue negada?
“Dio unos pasos hacia la mesa del teniente, entreabrió su chaquetón canadiense, saco de la cinturilla de sus pantalones una pistola con silenciador y le apuntó cuidadosamente”. Chowder ha de tomar una decisión. El lector se deja llevar por la situación. No quiere opinar. Se reserva para las siguientes páginas. Y entonces, sin saber cómo, Chowder desaparece de escena y se va, lejos, a ese lugar en el que, probablemente, empezó todo.
Así conoceremos al verdadero Chowder Marris, así veremos cómo se pasea por las calles de Los Ángeles, cómo conoce a las diferentes mujeres que pululan por su vida y que, de una manera u otra, configuran a ese personaje tan complejo, tan voraz, tan mortal. de esa ciudad noctámbula se marchará a Nueva York, porque lo único que espera nuestro protagonista es ser escritor, contar historias, hablar a un público. Pero en ese periplo, en ese rechazo al que le somete la sociedad, se crea otro Chowder. Sus caídas lo convierten en un ser que se deja arrastrar, se deja devorar.
Decenas de historias sumergen a este personaje, que pareció un hombre seguro, en una ciénaga en la que verse atrapado; en una locura, probablemente vital, que convierte a un niño infeliz en un fingido adulto, que nunca fue juzgado por un crimen que cometió tiempo atrás. Aunque la divinidad se encargó de castigarle por uno que no había cometido.
Se desdobla, así, el personaje; se convierte, así, en alguien que no quiso ser. Un personaje que es amado cuando no ama, y ama cuando no es amado.
Las dicotomías se funden en una historia que, en algunos momentos, nos recordó la película No es país para viejos. No por su temática, no por su historia. Sólo porque es una narración en la que desearías que todo fuera rápido, vislumbrar el final en un soplo; pero no ocurre de esa manera. Germán Sánchez Espeso se toma su tiempo. Se recrea en las imágenes, crueles, obscenas, ridículas. Se evade en el lenguaje, cuidado, esmerado. Trabaja cada palabra, cada secuencia, como si fuera única. Te regala un puzle que has de componer, sin una sola pieza en su sitio. Sólo la primera. Después vienen otras, descolocadas. Flashback dentro de otro flashback. Elipsis. Personajes de un segundo que no cobran sentido hasta pasado el tiempo. El lector ha de ir componiendo la historia. Decidir si quien tiene frente a él es un perdedor o alguien a quien Fortuna no le barajó buenas cartas.
Cuatrocientas cincuenta y cinco páginas en las que el autor juega con el lector, a veces dándole pequeñas secuencias que no encajan, o bien interrogándolo como si fuera el propio Marris quien se interrogara. Sin contestar a nada. Sin dar una pista. Pero para todo ello se necesita tiempo; tiempo para digerir lo que ocurre, para no vomitar en algunas de las escenas perfectamente dibujadas; para sentirse asqueado, como su protagonista, con los trabajos que le tocó desempeñar; para sentir que, sólo por una vez, también querrías una pistola con silenciador.
Porque la clave del libro, la clave de cómo se ha forjado Chowder, aparece cuando ya hemos pasado décadas con él. Cuando el lector corrobora aquello sobre lo que se interrogó desde un principio: el desgraciado ¿nace o se hace?
Si volvemos a vernos, llámame Gwen es la historia de Chowder Marris, del color naranja, del frío de una pistola, de unas botas con dinero, de una cazadora de cuero. Si volvemos a vernos, llámame Gwen es la novela que creó Germán Sánchez Espeso con narrativa impecable.
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