Creo que, en casi dos años y medio de blog, es el primer libro de poesía que traigo por aquí. Podéis imaginaros lo muy, muy, muy alejada de mi zona de confort que estoy ahora mismo. No leo poesía. Sí la escribía hace años, y además mucho. Era de esas que sus amigas le decían que escribiese una poesía sobre algo muy concreto y mientras hacía como que escuchaba en clase, ponía las neuronas a trabajar y luego se las regalaba. Esas eran las superficiales. Luego estaban las otras. Las de verdad. Las que no enseñaba a nadie. Pero llegó un momento que dejé de hacerlo, no me llenaba. Ya no escribo poesía ni volveré a hacerlo. Tampoco la leo, y menos la contemporánea. Si leer un libro siempre me ha parecido algo muy personal (a la vista están las muy diversas opiniones que una misma lectura provoca en cada lector), la poesía todavía va más allá. Sé que hay gente que la considera universal, que plasma un pensamiento, un sentimiento común. No estoy de acuerdo. Su escritura es muy individual. Su lectura más todavía. Aun así, me propuse leer este año leer algo de poesía, esforzarme un poco en abandonar zonas cómodas, y cayó en mis manos este poemario de Andrea Garriga. ¿Problema? Que me he dado cuenta que no sé reseñarlo. Tal cual, sin postureo. A ver, tampoco es que con la prosa me vaya mucho mejor, pero es otra cosa (me explico fatal, pero sé que me entenderéis). Se hará lo que se pueda. 25 noches son en realidad 27 poesías. Entre Antes de nacer y Después de vivir, primera y última de ellas, se suceden esas veinticinco noches en las que se recorren todas las estaciones por las que el ser humano transita en un momento u otro de su vida. La ilusión y la desilusión, la pasión, el amor, el desamor, el miedo, la pérdida en uno mismo y con respecto a los demás, el caos, la resignación, las reflexiones, la tristeza, las dudas, la rendición, el arrepentimiento... 25 noches de un ser perdido dedicadas a la búsqueda de uno mismo, a la introspección del pensamiento y de nuestro sitio en el mundo. Los versos, muy sencillos y de lectura ágil y sutil, están dirigidos a una persona anónima con la que la autora conversa constantemente y a quien dirige sus palabras. Unas veces clama por su presencia, otras renuncia a ella. Ni contigo ni sin ti, y mientras tanto da un paso hacia delante en cada poesía en busca de su propia evolución y su particular redención, intentando trascender más allá de las palabras. Es una persona perdida, que no sabe quién es ni dónde está, y que intenta encontrarse a sí misma: a veces cree que lo ha conseguido, otras se rinde; entonces vuelve a intentarlo. Noche tras noche. Pero si algo distingue a este poemario es su estructura, su planteamiento. Todos los poemas tienen una entradilla (una avanzada, un contexto al poema o como se quiera llamarlo) narrada en prosa. Lees esas palabras, te sumerges en el estado de ánimo de la propia poesía, y una vez sabes en qué punto te encuentras, entonces comienza la rima propiamente dicha. Unas pocas palabras en ocasiones, un párrafo más extenso en otras, pero sabes a lo que vas a enfrentarte en los versos. Esta forma de presentar cada una de las noches es quizás lo que a mi alma de prosa, sacrílega y poco entendida en poesía, más le ha gustado. Os dejo precisamente con una de estas noches, la vigésimoprimera. La del intentar perdonarse a uno mismo, la del machaque sin tregua al que nos sometemos como individuos. Ya no solo por el tema, sino porque yo no soy de rimas consonantes ni asonantes, no quiero el -ada con el -ada y el -ojo con el -ojo. Soy poco de poesía, pero lo poco que soy, lo soy de la rima blanca, la que es libre, la que no se rige por el equilibrio ni la homogeneidad. Es verdad que hacia la mitad de poema pierde un poco de esa libertad y tira para la asonancia, pero en base a esos gustos individuales de los que hablaba arriba, esta vigésimoprimera noche creo que es de lo mejorcito de este poemario. "Tengo tanto por perdonarme, que no tengo tiempo de odiar a nadie más. He perdido la cuenta de cuántas veces he sido mi peor castigo. He perdido la cuenta de cuántas veces me perdía con la finalidad de no encontrarme. Como si me hiciera pagar doble el hecho de no valer nada. He perdido la cuenta. No hay alma en tierra, ni vida más allá de mí, de mi muerte, que pueda llegar a odiarme como yo lo he hecho. Porque el peor odio es el que sientes hacia ti mismo haciéndote creer que las noches no existen, que la luna es utopía y que tú misma, tan solo una ilusión. Porque el peor castigo es el autodesprecio, tu ignorancia en pro de tu corazón. Esa herida que abres cuando está sanando solo para recordarte que no eres nadie más que un don nadie en busca de salvación. En la cama todo se complica, y tus sábanas se vuelven confesión; abrigando la lluvia en que te conviertes mientras apaga la ira que te incendió. Porque no hay peor odio que el recriminar por odiarte, mientras reniegas y te conviertes en perversión. Porque no hay más odio que el odio por odiarte cuando odias odiar por el simple hecho de ser odiada por el semejante. Y si tanto me he odiado, ¿por qué, ahora, me odio aún más? Cada vez que lo creo superado, la noche me vuelve a atrapar. Así que es lógico que no tenga espacio para odiar a nadie que no sea yo, si mi mente está repleta de imágenes sin voz. Así que mucho antes de odiarte decidiría perdonarme, porque superarte es algo que solo puedo hacer yo. Así que proclamo tregua entre mi odio y mi rencor. Que he decidido empezar a perdonarme, para que, de una vez por todas, pueda empezar a ser yo. " Enlace: https://inquilinasnetherfiel.. + Leer más |