«Me gustaría gritar, padre, como un desaforado, con gritos roncos, gruesos, que salieran de mi laringe seca y sucia, dejar salir mis gritos guardados, conservados con violencia. [...] Quiero licuar mis vísceras, olvidar mi lenguaje, enredar las palabras y salir de este cuerpo.» Nuestra piel muerta se lee con urgencia, como si a uno le faltara el aire y sintiera que solo va a encontrarlo al acabar. Es una lectura que se empieza y termina desde la víscera, el pecho, la tripa, que te atrapa como si fuera un torbellino por su escritura, llena de misterio, horror, dolor. La historia comienza cuando el narrador, Lucas, se dirige a su padre fallecido para entender. Entender lo que pasó en la casa familiar hace un tiempo, cuando dos hombres extraños aparecieron y cambiaron todo. Cambió su padre, que como hechizado pasó a ser un desconocido, cambió su madre, cambiaron sus nodrizas, cambió esa rutina que configura cada hogar. Y es que cuando algo que era cotidiano en tu vida pasa a sentirse como extraño, la extrañeza se vuelve doble y todo (los olores, la tierra) se procesa teniendo en cuenta lo que fue, lo que es y lo que nunca más volverá a ser. Lucas habla desde el presente, recuerda el pasado de esa casa, que se convierte en un personaje más, y va tejiendo la historia poco a poco, como la tela de una araña. Y las preguntas (¿quiénes son esos hombres? ¿por qué ha muerto el padre? ¿qué ha alejado a Lucas de esa casa?) van respondiéndose, pero no del todo, porque hay algo más, casi fantástico, que vino con esos hombres y que no se dice, solo se intuye; no se puede explicar, pero existe. Y es que esta novela va más allá de la palabra, se ve a través de los cinco sentidos. Tiene un tacto viscoso, un olor a adobe viejo, la vista de una casa en ruinas, el gusto de la tierra y el ruido de un zumbido, el zumbido de cualquiera de los insectos que acompañan a Lucas y le recuerdan su único deseo en la vida: olvidar el trauma, trascender, fundirse con la tierra de ese terreno que hace tiempo fue su hogar y ser parte de un rincón desanclado de la historia. «El recuerdo de mi madre suena entre las plantas muertas. O quizá sean las cigarras, que cantan mi regreso.» + Leer más |