—¿Qué? —grité a mi vez. Se pegó aún más a mí y me chilló: —¡Hay un portal debajo de nosotros! ¡Camina! La primera y la última vez que intenté caminar por el cielo tenía cinco años: me paseé tan campante por el borde de un muro de cemento de casi dos metros de altura y me llevé una clavícula rota de regalo. Dicen que gato escaldado del agua fría huye, y supongo que algo tiene de cierto porque desde luego no volví a intentar volar. |