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Crítica de Paloma


Paloma
29 October 2018
Existen muchos testimonios de las víctimas de la persecución nazi y del Holocausto, pero creo que es el tipo de historias que jamás serán iguales por mucho que se cuenten y que tenemos la tarea de no olvidar. Una librería en Berlín es justamente el testimonio de Françoise Frenkel, una polaca judía, y de sus años de peregrinaje y angustia por Francia tratando de evadir la detención y la deportación a los campos de concentración. La historia de esta mujer es un poco distinta a las que yo había leído, ya que resulta evidente que Françoise era rica, culta y con ciertos medios y conexiones que le dieron otras oportunidades y una perspectiva distinta de vivir y contar su tragedia. En este contexto, me sorprendió encontrar que la narración es sumamente poética, dentro de un contexto tan oscuro como fue la persecución a los judíos. Puedo intuir que Françoise era una mujer que amaba la vida, optimista y fuerte, si bien su tono puede deberse a que, al momento de escribir este texto, aun no eran descubiertos en su totalidad los crímenes nazis.

La historia comienza describiendo el amor de Françoise por los libros, sus estudios en París y sus recorridos a lo largo del río visitando libreros de viejo; posteriormente nos traslada al Berlín de la década de 1920 en donde ella establece la primera librería francesa en la capital alemana y nos relata casi 15 años de luchas, pero también de prosperidad pues el lugar se convirtió en el punto de encuentro para la comunidad francesa y para otros diplomáticos. No obstante, con el ascenso del régimen nacionalsocialista al poder, las cosas empezaron a cambiar. Después del saqueo a los negocios judíos -del cual el suyo se salva milagrosamente, Françoise sabe que no tiene nada más que hacer en Berlín. de esta manera se traslada a París en donde por un tiempo está a salvo, pero unos escasos meses después, debe huir nuevamente, empezando así un desplazamiento constante.

De ahí va a Niza, en donde pasa casi dos años, gracias al apoyo de un profesor suyo y de vecinos y amigos; franceses que se oponían al régimen alemán y al contubernio con el gobierno francés y que eran personas valientes y duras. La estancia en Niza, a pesar de todos los sinsabores, es narrada de forma exquisita: la autora podía, en medio de la desazón, caminar por las calles de la pequeña ciudad; dejarse transportar a la Edad Media; tomar un café con una mujer mayor durante las tardes en la ciudad tranquila. Creo que este tipo de consuelos son fundamentales para el alma en situaciones de peligro o pesadumbre pues sin ellos, nos sería imposible seguir adelante.

Al abandonar Niza, Françoise cuenta con una visa y un salvoconducto para llegar a Suiza, pero la tarea no es fácil. Las fronteras son vigiladas y debe cruzar de manera ilegal. Esta es la parte más estresante del libro: está tan cerca de poder cruzar y sus intentos se ven frustrados varias veces. Finalmente, lo logra y aquí concluye el libro y este testimonio. En realidad se me detuvo el corazón un poco en los momentos finales… por suerte sabemos que ella logró cruzar.

Lo vivido por Françoise no fue fácil y si bien podríamos alegrarnos de que la autora evitó la deportación y con ello, los horrores de los campos de concentración, no por ello su tragedia es menos impactante: años escondiéndose, alejada de su profesión y de sus libros, y más grave aún, de sus seres queridos. La introducción y el epilogo nos indican que ella estuvo casada pero su marido falleció en 1942 en un campo de concentración; al momento de escribir esta memoria, Françoise esperaba tener noticias de su familia en Polonia pero, al parecer, nadie le sobrevivió. Quizá lo más intrigante -o por lo menos para mí- resulte el hecho que este texto fue el único publicado por la autora y que poco se sabe de ella después de la publicación de éste. Nunca volvió a escribir -o por lo menos nada ha sobrevivido. Este texto fue encontrado en una venta de libros de segunda mano y rescatado. ¿Por qué nunca volvió a escribir? ¿Regresó en algún momento a Polonia? ¿Volvió a abrir una librería, quizá esta vez en un pueblito pintoresco del sur de Francia? Nunca lo sabremos y coincido, como Patrick Modiano quien escribe el prólogo de esta edición, que:

“La gran singularidad de ‘Una librería en Berlín' procede justamente de que no podamos identificar a su autora de una manera precisa (…) de ese modo, su libro será siempre (…) la carta de una desconocida, olvidada en la lista de correos desde hace una eternidad y que parece que recibes por error, aunque tal vez eras en realidad su destinatario”.

He de hacer solo una ligera confesión y una advertencia. A mitad del libro comencé a sentirme algo decepcionado ya que, salvo las primeras páginas, nunca más se volvió a hablar del oficio de librera de la autora, ni de su amor por los libros. Era obvio que como perseguida jamás podría volver a trabajar en ello, pero entonces, me di cuenta de que el título del libro en español es suma, descaradamente, engañoso pues no es la historia de una librería en Berlín sino de la supervivencia de una mujer en Francia, que vio su vida y profesión destruidas por regímenes autoritarios y sin sentido. Así pues, ésta no es una crítica contra el texto sino contra los editores, que escogieron un título que no tenía nada que ver con el contenido… revisando luego el epilogo, todo tiene sentido: el texto original es Rien où poser sa tête o “ningún lugar donde apoyar la cabeza”. En fin, no sé si lo eligieron por vender más pero… en fin. Si bien no resultó lo que esperaba, me dio en cambio un testimonio de fortaleza y optimismo ante la adversidad. Y sin duda, aunque la librería sea mencionada solo por un tiempo corto en la narración, empatizo profundamente con los sentimientos de la autora, su amor a los libros y la separación de ellos ante la tragedia -que solo fue el inicio:

“Buscaba junto a mis libros un poco de consuelo y de valentía.
Y de repente oí una melodía infinitamente delicada…Procedería de las estanterías, las vitrinas, de todas partes donde los libros vivían su misteriosa vida.
Y yo estaba ahí, escuchándola…
Era la voz de los poetas, su fraternal consuelo a mi gran angustia. Habían oído la llamada de su amiga y se despedían de la pobre librera desposeída de su reino.”
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