En la ventana de la oficina, las gotas de lluvia temblaban, se fundían unas con otras y resbalaban hacia abajo por el cristal, dejando estelas que contrastaban, como si de rastros plateados de caracoles se tratara, contra la luminosidad del cielo.
|
En la ventana de la oficina, las gotas de lluvia temblaban, se fundían unas con otras y resbalaban hacia abajo por el cristal, dejando estelas que contrastaban, como si de rastros plateados de caracoles se tratara, contra la luminosidad del cielo.
|
Una vez que una empieza a empollar, parece que tanto que aprender que es imposible acabar nunca... Eso es lo que me empujó a dejar los estudios.
|
Así eran las cosas, pensó; luchabas, forcejeabas. A veces te asaltaban dudas sobre lo que estabas haciendo. Pero intentabas poner al mal tiempo buena cara y guardarte todas las dudas para ti mismo. No podías permitirte admitir tu propia debilidad; la competencia era demasiado feroz. Una vez que tropezabas, nadie volvía a tenderte la mano para ayudarte a levantarte.
|
No le importaba ponerse en ridículo ante desconocidos. Y probablemente tampoco fuera demasiado malo hacer el ridículo delante de los amigos. Lo vergonzoso era hacerlo ante desconocidos y que los amigos observaran el proceso.
|
Hoy en día no es la excelencia la que lleva a conseguir la fama, sino la fama la que te lleva a conseguir la excelencia. Uno se crea una reputación, y es esa reputación lo que le permite alcanzar las condiciones necesarias para llevar a cabo un buen trabajo.
|
Algo sé sobre Indonesia, ciertamente. Sé algo sobre muchos temas. Soy periodista.
|
A veces me pregunto cuánto tiempo podré seguir manteniendo este ritmo. La vida de un periodista llega a su fin a los 40, eso está claro.
|
No diría mucho a nuestro favor el que a un redactor jefe no se le ocurriera ninguna forma discreta de conseguir hacer la vida imposible a alguien.
|
Es un poema épico griego compuesto por 24 cantos, atribuido al poeta griego Homero. Narra la vuelta a casa, tras la guerra de Troya, del héroe griego Ulises