Me gusta imaginar que cada viernes ha sido como una de esas piedras encontradas en la playa y puestas una al lado de la otra a lo largo de los estantes de libros que rodean una mesa donde algunas personas han comido y ahora conversan y fuman y beben y de pronto agarran alguna de esas piedras y la entibian un rato entre sus dedos y después la dejan abandonada entre las tazas vacías y los ceniceros llenos. Y cuando las visitas se van yo vuelvo a poner esas piedras en la repisa, apago las luces y mañana, con un poco de suerte, quizá vuelva con una nueva de mi caminata por la playa.
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