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Crítica de Carampangue


Carampangue
03 August 2019
Darío Fo tenía muy claro que lo suyo era el humor político, comprometido. Que no era un comediante nacido para divertir, sino para plantear muy claramente las contradicciones de nuestro tiempo. Y también tuvo claro, afortunadamente, que la claridad y el compromiso alcanzan para ser un predicador, pero no para ser un artista. Un artista debe, además, manejar con pericia los resortes de su disciplina, y lograr un resultado tan bello artísticamente como acertado políticamente.


Y la Muerte accidental de un anarquista es una de sus obras cumbres: hilarante, divertidísima, llena de momentos graciosos. Con un personaje clásico del teatro universal -el Loco, que hace y dice cosas sin sentido, pero luego es capaz de mostrar una cordura y penetración mayor que los cuerdos-, y con un magnífico juego de equívocos, la mayor parte de ellos montados por el propio Loco, que disfruta confundiendo a sus contrapartes.


No obstante, la obra versa sobre una tragedia: un militante anarquista, en Milán, acusado falsamente de terrorismo y que se "suicidó" lanzándose por la ventana del tercer piso de una comisaría. Un detenido que venció las esposas, que evadió a todos los guardias que le rodeaban y que a las dos de la mañana en diciembre, con frío de bajo cero, encontró una ventana abierta de par en par para lanzarse.


Aquí entra en escena el Loco: ha sido detenido por el delito de usurpación de identidad, el cual no niega, sino que se pavonea de todas las personas que ha suplantado, y lo bien que lo ha hecho, pero alega que al ser loco patentado (ha pasado por el Pisquiátrico) no pueden hacerle daño. Sueña con hacerse pasar por juez... y la ocasión le queda servida cuando se entera que en esa misma estación de Policía donde está detenido, irá un Juez en visita a investigar el asunto del anarquista suicidado. El Loco se presenta, pues, ante los jefes de la estación, alegando que ha llegado temprano por su interés en colaborar.


Durante su estadía, el Loco revisa con los funcionarios la historia, exhibiendo todas sus inconsistencias y absurdidades, mostrando que es una historia imposible. Se muestra altivo y autoritario, y da risa ver a los antes inflexibles policías, sumisos y solícitos ante el Juez, como corderitos.


Tras dejar bien burlada a la policía, Darío Fo hace entrar a escena a una periodista, que actúa como tal: hace preguntas inteligentes, es crítica, cuestiona... Los policías no sabe cómo actuar frente a ella, y su única defensa es la disparatada actuación del Loco, que hace mil payasadas mientras los polis tiemblan y esperan salir bien librados.


Pero, pregunta Fo a través del Loco (que ahora ha dejado de representar a un juez, y su personaje es el de un obispo), ¿de qué sirven las investigaciones de la prensa y los golpes noticiosos? Solo sirven para dar apariencia de normalidad, para que parezca que aquí el crimen se castiga y las instituciones funcionan... porque nos siguen robando a manos llenas, solo que la prensa opera, se investiga y alguno que otro va a la cárcel. Pero el sistema no cambia: aquí Fo actúa como un revolucionario, y nos habla de la fatuidad de hacer reformas en un sistema injusto y podrido. Nos habla de la necesidad de cambiar el sistema completo, definitivamente.


La historia termina con el Loco vencido, los policías y la periodista del mismo lado, como amigos. Con un Juez (esta vez, el verdadero) entrando a la estación de policía y siendo apaleado por los carabinieri, que no creen que sea de verdad. Y la justicia, en la calle, tres pisos más abajo, a los pies de un cadáver enloquecido.


Una pieza mayor del teatro del siglo XX. Absolutamente recomendada, tanto por lo divertidísima que es, como por el contenido del texto, siempre combatiendo la injusticia del mundo.
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