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Cada vez disfruto más leyendo clásicos de literatura infantil del tiempo en el que no había que observar qué, cómo y sobre quién escribir y cómo enseñar esto y lo otro; cuando el absurdo y la imaginación campaban sin autocensura en la mente del autor y convertían historias en auténticos divertimentos, vehículos de aprendizaje y construcción de una conciencia libre y creada por uno mismo, y sobre todo hacían de la literatura un fondo inagotable para la creatividad infantil. En el marco de esta literatura libre, loca y espontánea La maravillosa granja de McBroom es divertidísima, y la palabra original se le queda corta. Las situaciones son inverosímiles y sus personajes, sin embargo, las hacen reales. El bien, el mal, la suerte, la desgracia, el amor, la perseverancia y el optimismo son elementos continuos en un relato en que una charca inmunda puede convertirse en una granja increíble en la que cosechar sandías gigantes, mazorcas que hacen palomitas de tamaño descomunal, sobrevivir a vientos que hacen volar a un oso pardo y te obligan a caminar con pesadas sartenes atadas a los pies, pintores que a cambio de una comida pintan una valla que no existe, villanos a los que vencer, botellas en las que encerrar el viento frío para soltarlo en el insoportable verano, fantasmas descongelados y esa pandilla que son los once hijos de los McBroom: WillJillHesterChesterPeterPollyTimTomLarryylapequeñaClarinda. Una lectura alucinante que no deberíamos dejar de hacer con nuestros hijos. La releeré con el mío este verano, la hemos incluido en la lista para vacaciones |
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