Emma se parecía a todas las amantes; y el encanto de la novedad, cayendo poco apoco como un vestido, dejaba al desnudo la eterna monotonía de la pasión que tiene siempre las mismas formas y el mismo lenguaje
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Emma se parecía a todas las amantes; y el encanto de la novedad, cayendo poco apoco como un vestido, dejaba al desnudo la eterna monotonía de la pasión que tiene siempre las mismas formas y el mismo lenguaje
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Por eso no salió en defensa de Bovary, ni siquiera hizo observación alguna, y, dejando a un lado sus principios, sacrificó su dignidad alos intereses más serios de su negocio.
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[...] Era uno de esos sentimientos puros que en nada obstaculizan el disfrute de la existencia, que se fomentan porque son raros y cuya pérdida resultaría más triste que gozosa fuera su posesión.
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Aunque no tenía a quien escribir, se había comprado una carpeta, un bloc de papel de cartas, un portaplumas y sobres; quitaba el polvo a su anaquel, se miraba en el espejo, cogía un libro, y luego lo dejaba caer sobre sus rodillas, persiguiendo un sueño que se había escapado entre una línea y otra. Ansiaba viajar o volver de nuevo al internado. Deseaba al mismo tiempo morirse e ir a vivir a París.
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En su deseo se confundían las sensualidades del lujo con las alegrías del corazón, la elegancia de las costumbres con las delicadezas del sentimiento.
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Se estrecharon uno contra el otro y al calor de su primer beso se fundieron como nieve todos los rencores.
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Era la enamorada de las novelas, la heroína de los dramas, aquella indefinible ''ella'' a que aludían todos los libros de versos. León descubría en sus hombros el color ámbar de La odalisca en el baño, comparaba su corpiño al de las castellanas medievales y también le recordaba a La mujer pálida de Barcelona. Pero sobre todo, ¡era un ángel!
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Era como si en su plato le sirvieran toda la amargura de la existencia, y con los vapores de la sopa, le subían del fondo del alma como otras tantas vaharadas de hastío
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Antes de casarse, Emma se había creído enamorada; pero como la felicidad que hubiera debido resultar de aquel amor no había llegado, pensó que necesariamente debía de haberse equivocado. Y trataba de averiguar qué significaban exactamente en la vida las palabras dicha, pasión y embriaguez, que tan hermosas le habían parecido en los libros.
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Ahora sí que conocía la mezquindad de las pasiones que el arte exageraba.
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Es un poema épico griego compuesto por 24 cantos, atribuido al poeta griego Homero. Narra la vuelta a casa, tras la guerra de Troya, del héroe griego Ulises