Los favores

Este es un debut provocador. Una mirilla abierta a las vidas de tres personajes esclavos de sus impulsos, de sus placeres, un acto de voyerismo que nos confronta con los rincones más inhóspitos de nuestros anhelos. Una novela donde la sobreexposición de los cuerpos a la luz del deseo ciega a los amantes, incapaces de ver el mundo que hay más allá de las ventanas de las estancias compartidas por los tres.
Elogiada por Zadie Smith y Jeffrey Eugenides, y comparada con las novelas de Sally Rooney, Ottessa Moshfegh, Raven Leilani y Joan Didion, esta es una obra sobre cómo vivimos el sexo y la manera en que conciliamos nuestros deseos profundos con lo que creemos que deberíamos desear. Pero el deseo, cuando no se reprime, cuando se libera de inhibiciones y censuras autoimpuestas y/o adquiridas, puede jugar con nuestros límites morales. Y entonces, ¿ante quién somos responsables? En su primera novela, Lillian Fishman recorre en parte un camino que ya pisaron otras, porque hay cierta forma de esclavitud en el sometimiento de Eve y Olivia ante Nathan, porque en la historia de este ménage à trois cuya convivencia se limita a un tiempo limitado y compartido en secreto, se imbrican íntimamente el miedo y el sexo, el dolor, el placer, el deseo y también los afectos. Los favores no es la historia de un pasional y feroz amanecer sexual, es la denuncia de una educación que ha dejado huérfana a una generación cuyos códigos quedan expuestos en las novelas de autores como Sally Rooney, una educación que les ha ofrecido tan solo intenciones, eslóganes para un mundo que ni siquiera existe. Dividida en dos grandes partes, tituladas atención e interrogación, la novela nos tensa, nos mantiene en alerta, incluso nos hace sentir incómodos sin saber muy bien el porqué de nuestros miedos.