Allí, los dos amantes se sepultaron en el océano de esas alegrías lánguidas y perversas en que el espíritu se mezcla con la carne misteriosa. Agotaron la violencia de los deseos, los estremecimientos y las ternuras desenfrenadas. Confundieron el uno en el otro la palpitación de sus seres. En ellos, el espíritu intuía tan bien el cuerpo que sus formas les parecían intelectuales, y los besos, eslabones ardientes, los encadenaban en una fusión ideal. ¡Largo deslumbramiento! De repente, el encanto se rompía; el terrible accidente los desunía; sus brazos se habían desenlazado. ¿Qué sombra le había arrebatado a su querida muerta? ¡Muerta!, no. ¿Acaso el chirrido de una cuerda que se rompe se lleva el alma de los violonchelos?
Vera
+ Lire la suite