El chico insistió, como siempre tenía que hacer cuando le proponía algo. Fueron. Se sentaron en la orilla y él la animó a mecerse con el rumor de las olas. -Una inmensidad que no piensa -criticó ella-. solo se mueve una, otra y otra vez. Y otra más. Año tras año, siglo tras siglo. Sí, majestuoso, pero siempre muere aquí, a los pies de quienes vienen a contemplarlo. Mañana será lo mismo. Y el día en que arrasa, mata y siembra la destrucción no sabe por qué lo hace. Si de sonidos se trata, prefiero la risa de un niño o el estertor de un anciano. |