Sé que los hombres se ríen de estas cosas. De ser dominado por una mujer. De jadear como un perro detrás de una chica. De desear a una mujer más de lo que te gustaría desearla. Me la suda. Pueden quedarse con su sarcasmo. Yo me quedo con la chica.
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Sé que los hombres se ríen de estas cosas. De ser dominado por una mujer. De jadear como un perro detrás de una chica. De desear a una mujer más de lo que te gustaría desearla. Me la suda. Pueden quedarse con su sarcasmo. Yo me quedo con la chica.
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Hay cosas de las que estás seguro. Por las que apostarías tu vida. Cosas que, sencillamente, sabes. Sabes que el fuego te quema. Que el agua te calma la sed. Ella es una de esas cosas; la certeza más incuestionable de mi vida.
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—No me conoces. No sabes nada de mí. —¡Entonces, cuéntamelo! ¿Crees que te voy a abandonar si me dices eso que no quieres que sepa? —No lo creo, lo sé. —Le sujeto la cara, mis entrañas se agitan dolorosamente mientras miro sus ávidos y frustrados ojos dorados—. Me dejarás en cuanto se vuelva demasiado complicado, y me dejarás sin nada… mientras yo te deseo como no he deseado nada en mi vida. Eres todo en lo que pienso, todo lo que sueño. Me alegro y me deprimo, y todo es por ti, ya no es por mí. No puedo dormir, no puedo pensar, ya no me puedo concentrar en una mierda y todo es porque quiero ser jodidamente tuyo, y en cuanto te des cuenta de lo que soy, ¡solo seré un puto error para ti! —¿Cómo podrías ser un error? ¿Te has visto? ¿Has visto lo que me haces? ¡Era tuya desde el primer momento, maldito idiota! ¡Haces que te desee hasta sufrir y luego no haces una mierda! |
La edad de la inocencia