El sonámbulo de Verdún

Al comienzo de la guerra, los veteranos pensaban que las batallas serían como antaño: combates de ataque, lucha cuerpo a cuerpo y, sobre todo, mirar a los ojos del enemigo. Esta guerra es diferente. Es una guerra ciega. La guerra consiste en esperar enterrado en una trinchera.

Observando la sugestión que la obra provocaba en los visitantes, Fritz pensó que el pasado se queda pegado a las cosas, sin irse del todo, permitiendo que los muertos sigan viviendo, continuando en otros que aún no han nacido la novela de sus vidas inacabadas.

Es un sonámbulo que de alguna manera sigue aferrado a la vida através de esta fotografía del mural que nos obliga a recordarlo. Alguien del que fueron desapareciendo todos sus recuerdos.

Le hubiera gustado probarse en una situación parecida. Probablemente no hay ningún lugar como la guerra para conocer nuestra condición. El que durante toda su vida se ha sentido osado, intrépido, valeroso, puede ser el primero que sienta una inmunda tibieza dentro de los pantalones ante el terror de saltar una trinchera y enfrentarse al enemigo.

Berlín era un niño mimado y consentido, un adolescente alterado por la fiebre de las hormonas, incapaz de estarse quieto, deseoso de conquistar lugares, de comerse el mundo. Un Berlín joven y fuerte, pero que bajo sus alfombras escondía ya un doble perverso que sólo esperaba su momento.

Fritz piensa en cómo los horrores familiares se van incorporando a nuestra memoria, porque somos en realidad un puzle de malos recuerdos, de culpas ajenas, de sombras de los que nos precedieron, de escenas que nos gustaría borrar pero no podemos porque forman parte de nosotros mismos tanto como el color de los ojos, la forma de la nariz o de la barbilla.

Él ha visto documentales con entrevistas y ha leído declaraciones de campesinos de los pueblos cercanos a los campos de batalla que admitían haber acogido con entusiasmo la primera cosecha que creció tras la guerra. Asomaba en sus ojos un brillo especial al añadir que jamás las lechugas, ni la cebada, ni las coles, ni por supuesto las setas habían sido más gordas y sabrosas que en esa época.

La tía Helga necesitaba para sus óvulos una simiente adornada con el moho habsbúrgico, con olor a flores de jardines antiguos, a sedas delicadas guardadas en arcones, a lienzos y a terciopelo de tronos imperiales.

Él creía que buscaba en una contienda olvidada, pero no es así. Pensaba que era un asunto de viejos, como él mismo, que ya sólo parece empeñado en mirar hacia atrás. Sin embargo, recorren estos campos jóvenes aficionados que jamás han vivido una guerra pero que conocen a la perfección la estrategia de los combates, se emocionan con los detalles de cada uniforme como si jugaran con muñecos y posan orgullosos en el álbum de viaje con el paisaje de fondo de esta guerra lejana.