Nadie salva a nadie. Pero nadie se salva solo
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Nadie salva a nadie. Pero nadie se salva solo
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Las personas no somos eternas, pero sí lo serán los momentos que creemos, las palabras que escribamos, las guerras que elijamos luchar y el amor que hagamos crecer en los demás. Cuando todo se oscurezcan, encontrad nuevas constelaciones a las que poner nombre.
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Quizás él fuera como una constelación; destinado a tocar la Tierra durante una temporada y luego desaparecer. Ahora lo verían desde otra parte del mundo, pero seguiría ahí, en la noche que no me atrevía a mirar. Seguiría aunque llegara el invierno.
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«Todo irá bien.» Fueron las mismas palabras que le había escuchado cada noche a mi padre, las mismas que me decía al despertar de una pesadilla, cada vez que me ponía una tirita sobre las heridas. No significaba que no doliera. No significaba que dejara de tener miedo. Era una promesa, un «Sigues aquí, Nessa; y esto es lo que significa sobrevivir».
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Me decía que mirara las estrellas, que ellas no se apagarían. Tenía que dejar de tenerle miedo a la noche, porque no existían las noches negras «No mientras brillen nuestras estrellas, princesse».
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Quizás había estado equivocada demasiado tiempo y el amor era ese punto medio entre los cuentos de hadas y los cuentos de mi padre. Había intentado vivir de los dos, el amor desenfrenado e independiente en el que se es libre y no importa nada, y del amor romántico en el que necesitas vivir del aire que el otro respira.
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Casi pude imaginarme a mis padres en el salón de Mitsborne, segundos antes de que mamá descolgara el teléfono. Ella estaría sentada en el sofá, con una sonrisa en los labios y acariciando con los dedos los rizos en la nuca de papá. Él estaría con un libro entre las manos y la cabeza apoyada sobra las piernas de ella y, de alguna forma, el mundo parecería un poco más seguro.
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Roy acababa reparando todo lo que yo rompía. Besaba cada una de mis heridas como si lo mereciera. Como si no viera que la sangre de mis manos acababa en sus labios.
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Así es como ha funcionado siempre, Roy. Las víctimas agachan la cabeza, se cogen de la mano y quedan a la sombra, hasta que la sombra se convierte en una tumba. El dolor y el duelo pueden ser también un grito de batalla. No tiene por qué ser el final. Todas las revoluciones empezaron con dolor, y esta no va a ser diferente. Ya hemos sufrido suficiente para empezar a cambiar las cosas.
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No sabes lo que es sentirse una intrusa, faltar al respeto, hurgar en los pensamientos de la gente que más quieres sin buscarlo. Y a veces descubres que no te quieren tanto. O que no son tan perfectos ni tan buenos como pensabas. Aprendes a desconfiar. Es una mierda, Roy.
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¿Quién es el autor/la autora de Episodios Nacionales?