Como rebelión contra cierta filosofía occidental de la representación, el arte y la poesía han recuperado el simbolismo como motor y como motivo esenciales de la creación. La poesía de Gérard de Nerval y la poética plasmada en las obras de Marcel Duchamps, las imágenes de Luis Buñuel, Atom Egoyan y de Giorgio de Chirico; los sonidos de Stravinsky y Alban Berg, los colores de Paul Gauguin y Henry Rousseau, los gritos de Francis Bacon y Luciano Berio y los silencios de John Cage y Pierre Boulez nos retrotraen, en plena modernidad, al simbolismo alquímico y primigenio -¿no es acaso la modernidad donde lo sagrado cobra en su ausencia toda su iracundia? Por ende, poesía y poética nos remiten, an lo fundamental, antes al símbolo que al signo.
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