El futuro de la poesía y la re-escritura de sí por obra de un lector son esenciales para preservar nuestra condición humana.
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El futuro de la poesía y la re-escritura de sí por obra de un lector son esenciales para preservar nuestra condición humana.
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La poesía como matriz de la imaginación. Fábrica enloquecida y catapulta de sueños y deseos. La imaginación poética abre en el corazón mortal de la finitud una infinitud que nos abisma en la alteridad.
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Leer poesía es siempre una obra de relectura. En el tiempo sin tiempo, el lector se entrega a un sacrificio. A fin de cuentas atisba que toda lectura poética es un interpretación unilateral. La propia estructura del poema plantea polisemia, apertura original, paradoja, multivalencia y ambiguedad, como componentes ontológicos de una obra abierta y multiestratificada. Leer un poema es romper con la lógica diaria y mecanizada.
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Escribir es una actividad múltiple: abre, toca, trastoca, atraviesa, golpea, rompe, irrumpe.
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El devenir animal de la literatura no es literario, ni siquiera intelectual.
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Una cosa es cierta: el alma jamás piensa sin imágenes.
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He aquí el peor de los pecados en un hombre inteligente que pretende edificar a partir de la existencia la arquitectura de toda una filosofía, no atreverse a vivir por cuenta propia, más allá de las certezas sociales.
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El ojo, el ano y el sol y la noche ofician el aquelarre del devenir humano que habita en lo más profundo y secreto de nuestras entrañas. Se trataría de retrotraer la imaginación humana a la imaginación cósmica.
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El mundo es puramente paródico, es decir, cada cosa que miramos es la parodia de otra, o incluso una misma cosa engaña, peor, la expresión se constituye en la ambiguedad. Por lo tanto, jamás podemos confiar ni en el lenguaje ni en el pensamiento.
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Toda escritura que no atisbe el riesgo de su inminente desastre no tiene cuerpo ni vida. Es la escenificación de un fantasma. En el mejor de los casos, es sólo la simulación de un drama.
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La guerra del fin...