Imágenes de la imaginación

El devenir no es asunto de libros, en el devenir el hombre juega lo único que realmente puede apostar: su condición humana. Encarnación misma de la metamorfosis y escritura viviente que constantemente cambia, el devenir de la expresión nos lleva a lo posthumano, a la esencia de la animalidad, ya que la esencia dinámica animal es libertad y agresión.

Desde la óptica del devenir, la experiencia de la creación implica hacerse extranjero de la lengua, de la nación y de la cultura en tanto instituciones de poder.

En una obra artística o literaria, las figuras del viajero o del nómada son claves para entender el acercamiento como actividades vivas y vividas. El devenir que instaura la creación soberana es un devenir nómada y anómalo. Forma tangencial de desterritorialización y subversión, como una empresa que se libra en la experiencia cuerpo a cuerpo, y desde el cuerpo mismo. El devenir de la creación implica a aquél, es más: podemos decir que es una política del cuerpo y de los cuerpos, una guerrilla contra los poderes y las imágenes establecidos.

El devenir de la creación.

Crear es afirmar la vida. La creación conecta la obra con la plenitud de todas las formas vivientes. La creación despliega el deseo, es ella misma la encarnación del deseo. Y el deseo es fundamentalmente polivalente y multívoco; está inveterado en el espacio social, lo atraviesa, lo trastoca, lo refriega de manera constante. El corpus social es un cuerpo erótico y, a su vez, opera en el deseo toda una carga política y social. El más alto deseo quiere estar conectado con todas las máquinas de deseo. Cuanto más social y colectiva, más solitaria y marginal resulta ser una creación artística.

André Mussón, refiriéndose a la pintura, escribe que el auténtico poder de una obra imaginativa procede de la intensidad del pensamiento preliminar, la viveza de la visión del mundo exterior y la necesidad de conocer los medios pictóricos más adecuados para el arte de nuestro tiempo.

El surrealimo, según Breton, ha derribado uno de los mayores mitos del pensamiento occidental: la distinción entre lo subjetivo (connotativo) y lo objetivo (denotativo) y todo lo que este supuesto metafísico implica.

Los sentimientos poseen una significación ontológica. La nueva filosofía que propone Auerbach establece que Yo soy un ser real, un ser sensible, incluso un cuerpo en su totalidad es mi Yo, es mi ser. Invierte la certidumbre cartesiana, Pienso, luego existo, al afirmar que sólo lo que es objeto de los sentidos de la intuición, del sentimiento y del amor es indudablemente cierto. El misterio del saber inmediato es la sensibilidad.

Para Feuerbach los órganos especiales de la filosofía son corporales: la cabeza (fuente de actividad, libertad e infinitud metafísica), el corazón (fuente de padecimiento, finitud, necesidad y sensualismo) y el sexo (fuente misteriosa de goce, deseo y sujeción). La intuición y el pensamiento se encarnan en un sujeto vital y no en un yo abstracto, pues sólo ahí hay vida y verdad a flor de piel de la existencia. De ahí que Feuerbach se enfrente, simultáneamente, a dos flancos: al idealismo del espíritu (Hegel) y al de la naturaleza (Schelling).

Ludwig Feuerbach libera la experiencia de las reglas de la abstracción: la verdadera libertad del espíritu se halla en la intuición de las cosas, porque sólo el despliegue de los seres en su realidad objetiva hace libre al hombre y lo absuelve de todo prejuicio.

La imaginación es la llave maestra del inconsciente, aunque su eterno regreso sigue preservando la memoria y abriendo el porvenir.