Un poeta es poeta de un saber primigenio.
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Un poeta es poeta de un saber primigenio.
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El poeta es un bálsamo contra heridas provocadas por el principio de realidad. Es un pensador en el sentido de hacernos sentir respecto de las nociones metafísicas más abstractas sensaciones profundas y vivas, llenas de carnalidad y sensualidad, expresadas en imágenes inéditas, ricas y vigorosas. Los grandes poetas son pensadores, descienden a lo más recóndito de las profundidades del alma y se elevan a lo más alto de sus sueños, ilusiones y utopías.
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Como bien los vio Holderlin, los poetas son los pararrayos de lo divino. Sus ojos no pudieron ver lo numinoso y enceguecieron. Holderlin enloqueció. El adivino Tiresias era ciego. El poeta es el hombre que elige voluntariamente como habitación la encrucijada y la fisura, lo fasto y lo nefasto. Vive en lo íntimo y en lo público a la vez. Pasa del universo cerrado al infinito, de uno real a lo otro imaginario. Aparte de los medios y fines, el papel del poeta es crear y fundar el mundo.
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Como rebelión contra cierta filosofía occidental de la representación, el arte y la poesía han recuperado el simbolismo como motor y como motivo esenciales de la creación. La poesía de Gérard de Nerval y la poética plasmada en las obras de Marcel Duchamps, las imágenes de Luis Buñuel, Atom Egoyan y de Giorgio de Chirico; los sonidos de Stravinsky y Alban Berg, los colores de Paul Gauguin y Henry Rousseau, los gritos de Francis Bacon y Luciano Berio y los silencios de John Cage y Pierre Boulez nos retrotraen, en plena modernidad, al simbolismo alquímico y primigenio -¿no es acaso la modernidad donde lo sagrado cobra en su ausencia toda su iracundia? Por ende, poesía y poética nos remiten, an lo fundamental, antes al símbolo que al signo.
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El psicoanálisis de Freud, a través de sus elucidaciones del sueño, atisbó el poder telúrico y cósmico del símbolo, aunque tranquilizó a las buenas y razonables conciencias al circunscribirlo a una hermenéutica libidinal: todo sueño es un deseo reprimido. El simbolismo instituye la poética. Es el motor de la poesía.
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Las teorías de una poética, en forma paradójica, no escapan nunca del riesgo de abismarse en la tragedia del acto de pensar.
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Basta con frotar la lámpara mágica de lo cotidiano, para hacer brotar lo inédito desde los lugares comunes de siempre.
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Lo extraordinario yace oculto en lo ordinario. No se necesita buscar lo trascendente ni lo importante en lo raro o lo lejano. La vida cotidiana es un constante surtidor de asombro y de sabiduría.
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Arte y artefacto, arco, flecha y blanco, la imaginación consta de una función múltiple y una estructura plural. Es ser y movimiento, ser en movimiento: devenir. Toca al hombre y trastoca la habitación del mundo. Lejos de oponerse al recuerdo, la imaginación enraiza en él. Creación inédita que florece en el subsuelo fértil de la memoria, la imaginación ensancha a ésta, hace más vigorosos a sus vástagos. Si las raíces móviles de la imaginación se incrustan en el pasado, sus frutos brotan en el presente y su simiente se orienta hacia el porvenir. Estalla y germina en el tiempo temporalidades heterogéneas y plásticas.
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Se ha dicho que con Platón se instaura la metafísica, y por pensamiento metafísico no hay que entender otra cosa distinta a la separación entre el ser y el aparecer. No obstante, si bien Platón condena al mundo de las apariencias como fantasmagorías ilusorias e imaginarias, los mitos son piedra de toque en su pensamiento. De ahí que Platón es uno de los primeros y más grandes fabuladores de la historia del pensamiento occidental.
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Gregorio Samsa es un ...