No he salido de mi noche

No es la primera vez que leo un libro de estas características. Dónde queda expuesto todo el vínculo con la madre cuando ésta está viviendo sus últimos momentos, años, con vida.

“Ella es el tiempo para mí”.

En este caso, Annie escribió después de cada visita a su madre. Registró todo lo que le inundaba en ese momento posterior. Juntando todas esas fechas a modo de diario salió “no he salido de mi noche”, la última frase que su madre escribió cuando el Alzheimer comenzaba a borrar toda su memoria.

En estos relatos siempre hay algo común: la madre se convierte en niña, la hija en madre. Los roles cambian y la dirección de los cuidados también. “Todo se ha invertido, ahora es mi hijita. NO PUEDO ser su madre”.

Además, como la madre de Annie estaba internada en una residencia, también podemos ser testigos de la vejez en su estado más bruto. Sin adornos ni florituras. Donde la demencia hace acto de presencia y se lleva por delante demasiadas almas. También hay momentos para la luz, cuándo aparecen gestos, comportamientos, actos y palabras que reconocemos innatos en esa persona que ahora cuidamos. Cuando dicen tu nombre después de tanto tiempo.

Inevitablemente es ahí cuándo la nostalgia y la melancolía lo embriagan todo.

Y verse en ese cuerpo que mengua con el paso del tiempo, que se escapa al propio control. Verse, porque de esa carne has salido tú. Verse en el reflejo de la madre por la que hay que velar.

En 1988, #AnnieErnaux publicó "Una mujer", una novela biográfica, o biografía novelizada, cuyo propósito para la autora era el de descubrir la verdad sobre su madre. Casi diez años más tarde saldría a la luz el diario cuyas sucesivas entradas corresponden a los últimos tres años de la vida de su madre: “No he salido de mi noche”, el testimonio de una vida que se apagaba por el Alzheimer y cuyo título proviene de la última frase que escribió ésta ("Je ne suis pas sortie de ma nuit").

Cuando la madre de Annie Ernaux enfermó por primera vez, ella decidió llevarla a su casa, sin embargo, la aparente senilidad de ésta resultó ser algo más grave, y acabó pasando sus días en una residencia, donde Ernaux la visitaba semanalmente.

Así, Annie va registrando las visitas a su madre, a modo de entradas fragmentadas, que no son sino el registro del lento deterioro y declive de su madre, despojada, cada vez más, de su personalidad y su propio cuerpo.

En ocasiones fría y cruel y, en otras, dolida y amable, las semanas se suceden y cada vez es más difícil para Annie ver a su madre, que era una mujer fuerte y dinámica, padecer esta terrible enfermedad y convertirse en alguien que ya no puede recordar a su hija ni a su familia.

De nuevo Ernaux nos demuestra que es una escritora maravillosa porque es capaz de transmitir con sencillez y sin adornos los detalles del deterioro de un ser querido con una fuerza y un terror tan emblemáticos que lo particular se vuelve universal. Es la vida, sin edulcorar.

Es difícil recomendaros un libro que es tan terriblemente triste y conmovedor, pero a mí personalmente me ha gustado mucho por lo honesta que es siempre Annie y su capacidad aquí para expresar la ambivalencia de los sentimientos -ansiedad, preocupación, culpa, ira, amor- que surgen cuando los hijos se acaban convirtiendo en padres y éstos en seres indefensos.
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No es fácil leer a Annie Ernaux. Su manera de escribir, tan cruda y descarnada, remueve y sacude. En estos dos relatos Ernaux nos habla de su madre. Y del Alzheimer que la llevó a pasar los últimos años de su vida en una residencia de mayores. Son dos durísimos y desgarradores relatos no solo sobre cómo Ernaux pierde paulatinamente a su madre, sino sobre los cuidados que ésta le brinda, sobre la culpa. La de no ser capaz de hacerse cargo de ella.

Es difícil no sentirse interpelada con la escritura tan íntima de Ernaux. Su ausencia de pudor y su honestidad a la hora de escribir me siguen pareciendo admirables. Es una escritura muy valiente, Ernaux no intenta suavizar la relación con su madre, la muestra tal y como es, sin tapujos. Con sus virtudes y sus defectos.

Recomiendo leer este relato junto a “Una mujer” ya que se complementan a la perfección como dos piezas de un puzzle. Te invitan a reflexionar sobre la relación con nuestras madres, sobre la importancia de hablar con ellas sobre cómo afrontar la vejez.

🌻
Llevo días pensando en cómo abordar la página en blanco, en cómo plasmar todo lo que me ha hecho sentir Annie Ernaux. Es complicado escribir sobre esta lectura, no por su contenido en sí, si no por la forma en la que está narrado. Por ello, y tras darle muchas vueltas, he llegado a la conclusión de que me quiero centrar en el tema que me parece primordial para poder disfrutar de esta lectura. Aunque disfrutar no sea la palabra más adecuada.

«Las revelo tal y como fueron escritas, fruto del estupor y el trastorno que entonces sentía yo. No he querido modificar nada al transcribir aquellos momentos en que me quedaba junto a ella [...]
En ningún caso se leerán estas páginas como un testimonio objetivo sobre la larga estancia en una residencia, y menos aún como una denuncia, sino únicamente como el residuo de un dolor.»

Rescato y plasmo este fragmento de Annie Ernaux para poder dar sentido a lo que a continuación voy a expresar. Puede que la decisión de Annie de no volver a leer ni editar el libro no guste, e incluso se puede ver como algo desfavorable, pero a mí es lo que más me ha gustado. Puede que no guste porque la narración no es lineal si no que son retazos. Retazos que saltan de un día a otro. Retazos que reflejan a la perfección la confusión, aturdimiento y sufrimiento de dos personas, madre e hija. Una madre que está enferma. Una hija que sobrevive a la enfermedad y deterioro de su madre. Enfermedad que transforma. Enfermedad dura, cruel y totalmente dolorosa.
Retazos que son fieles a la realidad, que fueron escritos en el momento, cada día. Y precisamente por eso me gusta que no haya repasado el libro. Si lo hubiera hecho ya se vería modificado y mostraría un punto de vista completamente diferente. Sabiendo el desenlace y dejando que el paso del tiempo desdibuje lo realmente importante, lo que sintió día a día.

Me gustaría añadir que lo he leído tras leer otro libro en el que se centra en su madre, 'Una mujer', y eso ha hecho que la lectura haya sido aún más enriquecedora. Me parece ideal leerlos como dos piezas de puzzle que se unen para formar una sola. La pieza resultante es esa mujer, esa madre, y una cruda realidad, el alzhéimer.
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Desgarrador y durísimo relato de cómo Annie Ernaux pierde paulatinamente a su madre, a partir del Alzheimer. No ha cambiado una coma de todo lo que escribió cuando volvía de visitarla de la residencia donde estaba ingresada. Lo quiso plasmar así, porque siempre volvía contrariada, angustiada, de ver a su madre degradándose poco a poco, de ver cómo cada día se hacía más transparente ante sus ojos. Cada día, volvía estupefacta por las cosas que decía o de cómo se hacía sus necesidades encima. Pero Annie no maquilló nada de esto, lo cuenta tal cual, con horror pero, sobre todo, con amor. Porque dice Annie que ese ser irreconocible ante el mundo, poco o nada se parecía a la mujer que había sido, pero que así de vulnerable "era su madre, más que nunca".