Los años

Una gran lectura, nos deja muy claro que es la historia de su vida y la de toda su generación lo que nos vamos a encontrar, su pensamiento,, sus ideas, sus amores y sus sentimientos ante lo íntimo y ante lo externo, así como la política, las formas de vivir, los acontecimientos relevantes y el impulso que los anima. La obra reposa sobre la maestría de su escritura.

Por este libro veo transcurrir mi vida sin tropiezos pues todo se explica siguiendo un relato organizado y lineal, comprensible y comprendido, a pesar de toda la urgente adaptación a un complejísimo cambio constante de paradigma hiperorganizado.
Me deja nudos en la garganta, me comprimen el alma recuerdos tan lejanos, y el corazón se desencaja para salir por mi boca y decir, melancolía.
Soy yo, es mi memoria, es mi generación, es el detalle de mi historia. Es un retrato fiel de los ambiciosos cambios sociales, políticos y económicos, un recordatorio, ahora, pasados los años, tremendamente emotivo. En este libro se ve el boceto del primer perfil de quienes más tarde iríamos construyendo una imagen y un sentir más definido, más actualizado, más concreto pero, al mismo tiempo y seguramente, sin querer olvidar de alguna manera el mundo tal y como lo conocimos.
La completa cronología que va apareciendo en la obra, es un lazo con nudo imprescindible, para atarnos a la comprensión por la que nos acompañará la obra, y, así poder explicarnos qué sucedió al mundo a partir de un momento determinado, así como la motivación fundacional, que impulsó este cambio, para que hoy podamos comprender por qué hoy es hoy y por qué es cono es, y nosotros seamos una fiel continuación de aquel momento.
La agenda para el profundo cambio, nos dice la autora, que comienza después de la Segunda Guerra Mundial, a partir de ese momento, la sociedad por primera vez en la historia, tendrá un nombre, un nombre bien definido, sociedad capitalista. Y el consumo será la lanza que atravesará a la sociedad.
El traje luminoso, sosegante y tranquilizador con el que se opondrá consumismo a moderación será el eufemismo: la sociedad del bienestar
Tras la enorme fiesta y las enormes consecuencias para el devenir del mundo, el desencanto , la decepción y la desconfianza más cruda, se imponían sin reservas en el alma, el corazón y los ojos de quienes habían ido haciéndose mayores sin apenas dase por enterados.
Al recordar su Juventud y primera madurez, sus labios esbozaban una leve sonrisa con resabios de mueca, con la que acoger la ferviente y sincera ilusión, el potentísimo deslumbramiento ante los escaparates, que mostraban lo que nos esperaba cuando traspasáramos la puerta del mundo nuevo, de la modernidad, que sabría cumplir con los valores ilustrados de libertad, justicia, igualdad y fraternidad. Así mismo, asistiríamos al advenimiento de otras muchas ventajas para la vida.
Tras la fiesta, y para cerrarla, un enorme cartel en forma de telón en el que leeremos a Lampedusa en El gatopardo, que todo cambie para que todo permanezca igual.

Permítanme que, como Ernaux en su novela, empiece mi comentario con una cita de Chéjov:

“Lo que querría es salvarlo todo, lo que ha existido alrededor suyo, continuamente, salvar su circunstancia.”

De esto se trata, de dejar constancia de una vida individual en el contexto social y sentimental en el que esta sucedió, “salvar algo del tiempo en el que ya no estaremos nunca más”, el mismo objetivo de Proust, uno de sus autores preferidos, aunque, obviamente, no comparta ni mirada ni experiencia vital ni estilo, lento, detallista, sentimental y laberíntico el de uno, seco, cortante, distante y directo el de la otra.

“Una de las grandes cuestiones susceptibles de hacer que avance el conocimiento de sí es la posibilidad o la imposibilidad de determinar cómo, en cada edad, cada año de la existencia, se representa uno el pasado.”

Y así es como ella procede en esta nueva entrega, nueva para mí, de Ernaux: una sucesión de párrafos cortos sobre un sinfín de detalles de su vida personal y colectiva a lo largo de más de sesenta años, y como esos recuerdos, así como la idea que iba teniendo de sí misma y de sus futuros deseados en cada uno de los presentes, han ido también cambiando a lo largo de Los años.

Verdaderamente, envidio al público francés coetáneo de la autora por este documento sobre la Francia post Segunda Guerra Mundial. Aunque el mundo se haya ido globalizando y todos los occidentales compartamos muchos de los hechos históricos y los procesos sociales y políticos que se han ido produciendo, aquellos que no hemos vivido en Francia durante Los años no podemos tener con la autora la complicidad que conlleva esa memoria sentimental compartida repleta de noticias locales, personajes políticos, intelectuales, libros, películas, actores y actrices, canciones, artistas, famosillos, víctimas de horribles o simpáticos sucesos, eslóganes, anuncios o programas de radio y televisión, multitud de iconos que solo pertenecen a una generación en un tiempo y en un espacio concreto. Y, aunque no me considero ese tipo de lector que necesita imperiosamente identificarse de alguna forma con la historia leída, me habría encantado compartir toda esa carga sentimental con la autora.

“Todo se borrará en un segundo. El diccionario acumulado de la cuna hasta el lecho de muerte se eliminará. Llegará el silencio y no habrá palabras para decirlo. de la boca abierta no saldrá nada. Ni yo ni mí. La lengua seguirá poniendo el mundo en palabras. En las conversaciones en torno a una mesa familiar seremos tan solo un nombre, cada vez más sin rostro, hasta desaparecer en la masa anónima de una generación remota”.

No obstante, he caminado gustoso a su lado durante todo su periplo personal, una historia marcada por victorias que terminaron convirtiéndose en derrotas: empezando por su paso por la universidad que acabó por sentir como la ruptura con su mundo de origen, las grandes ilusiones y decepciones políticas —mayo del 68, Mitterrand, la igualdad entre hombres y mujeres (creo que las mujeres también lo disfrutarán aún más que nosotros)…—, su matrimonio, la llegada de nuevos tiempos en los que “la profusión de cosas escondía la escasez de ideas y el desgaste de las creencias”, hasta ese momento en el que nos damos cuenta que hemos pasado de relegar a nuestros padres por haberse quedados anclados en el pasado a ser arrinconados por nuestros hijos que, al igual que nosotros unos años antes, en la seguridad de saberlo todo de la vida, se burlan de nuestra incompetencia y de nuestras trasnochadas ideas sobre casi todo, hasta ese momento, vivido como la derrota definitiva, en el que somos conscientes de que el futuro ha dejado de ser un “espacio de fondo ilimitado”.

“Le invadía la vieja impresión de sentirse fuera de la fiesta.”

Una novela de derrotas que sin embargo termina con una gran victoria, la escritura de esta novela para la que tanto esfuerzo gastó durante años hasta encontrar la forma definitiva y que consiguió salvando tanto a una tercera persona con su “demasiada exterioridad, alejamiento” como a la primera y su “demasiada permanencia, estrechez, asfixia” y con la que consigue emocionar sin buscarlo, invitándonos e incitándonos a repasar también nuestra vida y volver a aquellos hechos, propios y colectivos, que marcaron las etapas de nuestra historia y así, como la autora, poder “unir esas múltiples imágenes de ella, separadas, desajustadas, mediante el hilo de un relato, el de su existencia”.

Hago cambio de año con el propósito de leer un poquito más (y confiando en que la pandemia no me haga ser tan irregular con mis lecturas) y nada mejor para empezar que con mi querida Annie Ernaux y su ‘Los años'.
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Este libro no podría considerarse una novela, pero tampoco unas memorias al uso, sino más bien un libro de recortes. Situado en Francia, Ernaux hace un recorriendo desde los tiempos de la posguerra hasta principios del siglo XXI en el que va relatando cómo era el vivir y el sentir de cada época. No lo escribe en primera persona del singular, sino del plural, a modo de memoria colectiva.
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Precisamente este amplio recorrido, con tantos saltos temporales, es lo que ha hecho que me costase engancharme en algunos momentos de la lectura. Sobre todo por las múltiples referencias a la cultura musical, cinematográfica, política, etc. que hace de la Francia de esos años. Sin embargo, al mismo tiempo, me ha gustado mucho poder ver todos esos cambios en las formas de pensar que venían acompañados de los acontecimientos que marcaban a la sociedad, como la píldora, la legalización del aborto, la enfermedad del sida, entre otros. He disfrutado especialmente con el retrato que hace de la vida de las mujeres a lo largo de los años, desde que es una niña hasta que ella misma se convierte en la abuela de otros niños.
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Creo que es un libro al que hay que dedicar tiempo. No es una lectura ligera que enganche a la primera, como si me lo han parecido otros de la autora, sino que es un libro que invita a la reflexión sobre el paso del tiempo y sobre qué supone para una persona haber nacido en una época u otra.

Esta inclasificable joya de Annie Ernaux se sitúa en un género a caballo entre la autobiografía y el tratado sociológico. Annie Ernaux reflexiona acerca del paso del tiempo y los cambios que éste ejerce en nuestras formas de ser, de pensar y de actuar como resultado inevitable de su interacción con los acontecimientos políticos y sociales más relevantes. Se retrata a sí misma al tiempo que retrata la sociedad francesa desde los años 40 hasta principios del siglo XXI. Usa de modo alternativo la tercera persona del singular (ella) y la primera del plural para reemplazar el yo, que está presente en todo momento: esta es su historia individual en el marco de una historia colectiva, curiosamente sin situarse ella en el centro pero estándolo en todo momento. Es la visión de ella como mujer vista desde fuera pero contando con todos sus recuerdos y sus experiencias, sus emociones y sus reflexiones. Las frases cortas y directas actúan de modo contundente como pedazos de ese collage de su memoria, expuesta como un torbellino de imágenes en muchas de las cuales podemos reconocernos. Con cada una de las 12 fotos que selecciona de forma cuidadosa y que nos presenta descriptivamente nos abre una ventana a los acontecimientos y los conocimientos construidos a lo largo de una época que configura formas de relacionarse con el presente, el pasado y el futuro que cambian dejando traslucir una esencia firme y sólida. Las relaciones de causalidad o de coexistencia entre historia colectiva e individual se entretejen de forma clarísima, mostrando una capacidad para narrar impresionantes. Sus frases cortantes, simples, breves, certeras me han cortado la respiración en algunos momentos. Este es un libro sobre identidad, un tema siempre presente en los libros de la escritora. La lectura de esta maravilla me hace pensar acerca de mi vida, mis recuerdos, mis transformaciones y me hace desear tener mi propios “années” sobre los que volver, para evitar su desaparición, reteniéndolos y abrazándolos como un recordatorio de quien he sido, de quien soy y probablemente de quién seré.

Hasta ahora todo lo que había leído de Annie Ernaux me había encantado, pero en “Los años” me encontré con un relato con el que no logré conectar casi en ningún momento.

La autora repasa su vida y la de su generación, realizando un retrato robot de la Francia de la posguerra, del mayo del 68, de los años 80 y 90... Lo que sobre el papel puede resultar interesante, en mi caso acabó resultando una experiencia lectora tediosa y carente de emoción. Me sentí a veces incluso abrumada ante la retahíla de nombres de personalidades del mundo político, social y cultural francés, o de eventos históricos, pasaba tan rápido de una cosa a otra que acababa perdiendo el interés por lo que estaba leyendo.

Si algo me ha quedado claro es que disfruto mucho más de Annie cuando opta por explorar un tema en concreto (“El lugar”, “Una mujer”), o por centrarse en algún evento particular en su vida (“El acontecimiento”), creo que eso le permite realizar un análisis más profundo, y para mí es mucho más estimulante.

De todos modos, y aunque últimamente he visto alguna reseña negativa de este libro, la mayoría son entusiastas, con lo cual entiendo que el problema lo he tenido yo como lectora.