El cuarto mundo

Se trata de la tercera novela de la escritora chilena Diamela Eltit, publicada en 1988, en los últimos años de la dictadura de Pinochet.

El cuarto mundo inicia con la gestación de un niño quien lo relata en primera persona y la inmediata aparición de su hermana melliza en el vientre materno, espacio que cohabitan y por el que también compiten, empezando así un vínculo extraño que marcará su estar en el mundo. Fuera del vientre se verán enfrentados a la atención de la madre y del padre (figura que se irá reduciendo y desmitificando conforme avanzan las páginas); al nacimiento de una nueva hermana, María de Alava, y también a los peligros inminentes de la calle, convirtiéndose así la casa en un refugio y en un campo de batalla al mismo tiempo. Esto en la primera parte de la novela "Será irrevocable la derrota", que ocupa la mayor parte del libro. En la segunda, "Tengo la mano terriblemente agarrotada", de pocas páginas al final, es la hermana melliza quien relata, con un estilo y tono muy diferentes, compitiendo ahora también por la atención del lector. En esta parte se ponen en evidencia el machisto, la moral conservadora frente a la libertad sexual y la familia como institución, de una manera mucho más directa y mordaz que en la primera parte, en la que ya se cuestionan.

El estilo de Diamela Eltis es reaccionario, así como los temas que trata en sus novelas (Lumpérica, Impuesto a la carne, Jamás el fuego nunca, Sumar, Fuerzas Especiales, etc.), reaccionario frente a la lógica de la narración o del discurso, reaccionario al sentido común y a la linealidad (temporal y de pensamiento). Es una escritura que produce extrañeza y asombro, que confunde pero sin expularte en ningún momento de la historia, que llama a la intuición, al juego, a la poesía. Si tomamos en cuenta que gran parte de su producción literaria se dio durante la dictadura, se puede explicar que la autora se cargue de simbolismo y metáfora, de decirlo todo pero no explícitamente, ya que esto le habría traido problemas con el regimen de Pinochet, en este sentido su escritura, política, atrevida y elegante, maravilla por la manera en que cuestiona y denuncia, llevándonos por caminos y subterfugios de una manera tan sútil como brillante.

Hubo dos cosas que me gustaría destacar de esta novela. La primera es la forma en la que aparecen los espacios, ni el vientre, ni la casa, ni la ciudad se describen realmente, tampoco son lugares que se nombran, nos sumergimos en una especie de niebla espacial, podríamos no saber dónde se encuentran los personajes, pero lo sabemos perfectamente guiados por el tacto, por la experiencia sensorial de la piel de los personajes y eso me parece maravilloso.

Por otro lado, Diamela Eltit introduce el término "sudaca", que se refiere en España a las personas migrantes provenientes de América del Sur, utilizado con una carga despectiva generalmente, pero en la novela el término alcanza otras dimensiones, transmuta y se desliza semánticamente, se utiliza, en la primera parte de la novela, para referirse a los otros, a los que están en la calle ("atacado brutalmente por una horda de jóvenes sudacas furibundos") y en la segunda, para referirse a la familia, a lo que es propio, con un sentido de identidad. al principio el término se relaciona con lo ajeno y lo precario, con el estigma y después adquiere un caracter digno, de pertenencia, de familia y hermandad, con un poder antes no presente ( "Soy un digno sudaca" / "Le hablo, otra vez, del poder de la fraternidad sudaca y de cómo nuestro poder podría destruir a esa nación de muerte").

En definitiva, es una novela que remueve, encandila y no defrauda, como ninguna de las otras novelas de la autora que he leìdo. Una novela sobre la institución familiar, las relaciones de poder, el incesto y la violencia sexual, la marginalidad y la represión social, un libro complejo y que reta al lector al no darle todas las pistas, a insinuar tan solo, a poetizar los hechos con una sutileza que no desconoce la crueldad ni el horror.