Elizabeth y su jardín alemán

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Me preparo una taza de té humeante y me dispongo a leer. Día tras día sigo el mismo ritual y no es algo habitual en mí ya que suelo leer con una buena taza de café, pero siento que no podría leer a Elizabeth sin una taza de té en mi mano ya que ambos me reconfortan. Saboreo el primer sorbo y me adentro en ese jardín que tanta paz y felicidad me está haciendo sentir. Huele a tierra mojada y, inevitablemente, eso me recuerda a mi infancia. Siento en mi cara la caricia de una rama llena de flores blancas y por su maravilloso olor me doy cuenta de que se trata de un cerezo en flor. Me detengo y lo admiro maravillada. Los bosques de pinos, con su inmensidad, me rodean y me hacen sentir pequeña. Así, rodeada por lo más bello que nos regala la naturaleza paso las horas leyendo, disfrutando de cada detalle y sutileza que destila la novela de Elizabeth. Disfruto del silencio que solamente se ve interrumpido por el trinar de los pájaros, las sigilosas ardillas o el ulular del búho. Disfruto de la paz y tranquilidad hasta que hace acto de presencia el Hombre Airado, como su propia esposa lo denomina. Ese hombre que tira todo por la borda con solo su presencia. Ese hombre que me ha parecido insufrible y me ha puesto de los nervios con sus comentarios y opiniones sobre la figura de las mujeres. Ese hombre que me ha hecho cambiar de estado de ánimo en un abrir y cerrar de ojos.

Me preparo una taza de té humeante y me dispongo a poner en orden todo lo que he sentido leyendo a Elizabeth. Una vez he llegado al punto final me he encontrado de frente con mis sentimientos del todo encontrados. He disfrutado de la lectura y de la paz y tranquilidad que me ha sabido transmitir su autora pero también me ha hecho sentir incomodidad con ciertos comentarios, rabia con ese personaje masculino que me ha parecido del todo odioso y enfado por ciertas actitudes de la propia protagonista. He llegado al punto final y un batiburrillo de sentimientos y sensaciones me invadían. No sé si he logrado darles sentido. No sé si he logrado darle forma a este escrito pero así ha sido la realidad. Una balanza que ha quedado totalmente igualada por su lado bueno y por su lado malo.

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¿Pero qué cojines le pasa a esta mujer con las rosas? En serio, ¿qué trastornada puede plantearse un jardín tan empalagoso? Las dichosas rosas de té parecen ser el principio y final de todos sus problemas y alegrías.

Reconozco que, por mucho que suela disfrutar obritas con jardines, lo mejor de esta (escrita por Elizabeth von Arnim en 1898) no es el dichoso jardín alemán en el que los tulipanes sólo aparecen brevemente un año en dos mínimos parterres de jacintos y varias clases de narcisos. No. Lo que hace que se salve son los momentos con su marido (perdón, el Hombre Airado) y esos recordatorios continuos de que una mujer no debe trabajar (mucho menos cobrar lo mismo que ellos o parir adecuadamente si se ve obligada a trabajar), no debe ir en la parte superior de un autobús... El problema es que me harté tanto de ella y del jardín que ya no he podido disfrutar del libro.

Puesto que esto va de plantas y flores, no me queda más remedio que animaros a tomar un té (que, por si no lo sabíais mucho tiene que ver con la camelia). Yo he optado por un Oh là là de @latetereta

#ElizabethYSuJardínAlemán de #ElizabethVonArnim (1898) | @lumenedit 📚

Elizabeth nos narra aquí un periodo de su vida, concretamente nos lleva a su estancia en una mansión situada en la región alemana de Pomerania a la que se traslada junto a su esposo —denominado por ella como «el hombre Airado»— y sus hijas. Esta casa, bastante aislada, tiene un tesoro inigualable que ella aprende a amar: el jardín. Ese jardín alemán —ese jardín de Elizabeth— que se convierte en su refugio, su inspiración, el que da templanza y equilibrio a su vida, el que favorece su bienestar y disminuye sus enfados o desconsuelos. Un espacio que le da felicidad. La vemos pensar en este jardín, ideando sus formas, eligiendo las plantas, dándoles vida y protegiéndolas como puede, aprendiendo y cuidándolo a su manera..., y pasar mucho tiempo allí, dando paseos, leyendo bajo los árboles junto a sus hijas, rodeada de aquello que tanta paz le aporta. Nos habla también de las personas con las que convive: de su familia, de aquellos que trabajan en la casa, de sus conocidos y de los que pasan alguna que otra temporada de visita.

Por tanto, se trata de un texto no ficticio, o imagino que en su mayoría no lo es, donde la autora nos comparte a modo de diario las experiencias vividas en esta casa con su jardín, sus hijas, con ese marido «airado», con los sirvientes, sus amistades y visitas varias. Un libro que se lee de una sentada, sin apenas darte cuenta, porque Elizabeth nos narra todo con una cercanía sumada a una agudeza y a un humor estupendos que hace que solo quieras seguir leyendo.

En este libro se habla de plantas, de flores, de ese jardín especial... sí. ¡Pero cuánto más hay! ¡Ojito con Elizabeth! No se guarda demasiado en la recamara. Toca asuntos sociales de la época, reivindica ciertas cuestiones que no considera justas y critica otras que las normas sociales del momento imponen. Ese no estar de acuerdo con lo que la mayoría de su alrededor defiende, ese salirse de lo que piensan o prefieren los demás (y las reacciones que esto provoca) se dejan ver.

✍🏼 Reseña completa en el blog.

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Su novela "Vera" me gustó tanto que quería leer algo más de esta autora.

La historia es de las que te trasladan con ellas al lugar en el que suceden. En este caso parece que puedes ver, oler y sentir el jardín de Elizabeth. Ese lugar seguro en el que puede estar a solas y tranquila, sin nadie alrededor.

Me pareció muy original la crítica que hace a las convenciones de la época, con toques de ironía y humor, aunque reconozco que hacia el final perdí un poco el interés en lo que contaba. de todas formas lo recomiendo. Una lectura sencilla y agradable con un gran mensaje.

Me quedé con ganas de leer más obras de Elizabeth von Arnim y escogí esta. Es cortita, se lee bien y destila la misma inteligencia y el mismo humor que en 《Un abril encantado》, aquí con un poco más de mala leche.
Fue publicada en 1898, hace más de 100 años, y sin embargo muchas de las joyas machistas con las que nos deleita el Hombre Airado (marido de la protagonista) siguen oyéndose todavía.
Aún así, vale mucho la pena. Por la peculiar protagonista, centrada en conseguir el jardín de sus sueños, leyéndole y martirizando al jardinero sobre cómo tratar a las plantas si hace falta , que disfruta de la soledad, que no da importancia a la rutina y que huye de los convencionalismos. Y por las flores, muchas flores.