—¿Qué demonios eran esas cosas? —No estoy seguro —limpia la espada con su camisa. —No eran de tu especie, ¿o sí? —No —desliza la espada de nuevo en su funda. —Bueno, tampoco eran de la mía. ¿Hay una tercera opción? —Siempre hay una tercera opción. —¿Algo como pequeños demonios malignos? ¿Incluso más malignos que los ángeles? —Los ángeles no son malignos? —Ajá, sí. ¿Cómo se me metió esa loca idea en la cabeza? Ah, espera. Quizá surgió de aquel asunto de atacar y destruir el mundo que vosotros empezasteis no hace mucho. |