Un jardín en Venecia

Hay algo de bondad en todo lo malo, si el hombre sabe destilarla.

Venecia es un delicioso lugar para el hombre, enfermo o sano. Yo llegué a ella en el estado menos feliz y eché raíces hace más de veinte años.

Un jardín no se hace en un año; de hecho nunca se hace en un sentido definitivo. Crece, y con el trabajo del amor debería seguir creciendo.
Hay viejos jardines que uno teme tocar y, aún así, supongo que el más devoto y respetuoso de los adoradores que trabaje en uno que realmente ame dejaría alguna marca en él.
Hay otros hechos 'di nuovo', y sobre estos el dueño puede dejar correr su imaginación y convocar la ayuda de los sumos sacerdotes de la jardinería, quienes, con confianza dogmática, nos dicen lo que está mal y lo que está bien. Y hay algunos, como el jardín de nuestra historia, para los cuales el diseño principal ha sido detallado hace mucho tiempo, con margen para completar los detalles.

Hay cierto placer en dar consejo cuando te lo piden si, tras reconocer su valor, es llevado a cabo con rapidez.

Si el hombre que hace que crezcan dos hojas de hierba donde antes solo crecía se merece el bien de sus semejantes, con toda seguridad aquel que convierte lo simple en bello debería ser colocado sobre un pedestal para ser adorado, o mejor aún, imitado.

Lo que es basura en un tiempo y lugar sirve para un propósito beneficioso en otro, y mientras el hombre construía un hogar mejor, la materia descartada tomó otra foma ciertamente más hermosa.

Hay un jardín en Venecia que ahora está encerrado en su misterio como esperando una resurrección, un jardín que conoció el esplendor y que ahora se devora a sí mismo.