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Crítica de UnaiGoiko74


UnaiGoiko74
16 August 2020
En este breve ensayo Umberto Eco obsequia al lector con algunas de sus técnicas de escritura, varias reflexiones entorno al arte de escribir y, como no, alguna que otra digresión academicista. El título encierra una paradoja juguetona, muy propia de este autor; y es que Eco tenía 70 años cuando escribió el ensayo, pero, como él mismo explica, no comenzó a escribir novelas hasta cumplir 50 años cuándo, inquirido por una editora sobre la posibilidad de escribir un thriller ambientado en la edad media, comenzó a gestar la idea de “El nombre de la rosa”.
Muchas son las ideas que el genial profesor nos da a los escritores. Sin embargo, no hay que olvidar el inmenso bagaje cultural de Eco, que le permitía escribir con un conocimiento de causa muy fecundo (“si dominas el tema, las palabras vendrán solas”, confesará en un pasaje del libro) y que le permitía filigranas literarias como la “doble codificación”, según la cual, como él mismo admite:
“(…) el autor establece una especie de complicidad silenciosa con el lector sofisticado, y que, en algún lector común, al no captar la alusión culta, puede tener la sensación de que se le escapa algo. (…) Pretende también provocar e inspirar a leer el mismo texto dos veces, quizá incluso varias veces, para poder entenderlo mejor. Así que pienso que la doble codificación no es un tic aristocrático, sino una forma de mostrar respeto por la inteligencia y la buena voluntad del lector.”
A el proceso de creación de una novela (que pienso que así deberíamos llamarlo, lejos del clásico “al escribir una novela”), Eco le dedicaba entre 6 y 8 años por obra. Cada una de sus novelas crecía a partir de una “idea fecunda que era poco más que una imagen”. Luego esa idea iba tomando dimensión, merced a la ingente tarea de documentación del escritor y a su conocimiento enciclopédico y, finalmente, se cristalizaba en una novela de lectura compleja, que requería una gran atención y contraste por parte del lector; porque, como Eco dice “Un texto es una máquina perezosa que desea implicar a los lectores en su trabajo, es decir, es un artilugio concebido para provocar interpretaciones”, y apostilla “A muchos autores les gusta meter determinadas contraseñas en sus textos en beneficio de unos pocos lectores experimentados”, ¡menudo aviso a navegantes, de agárrate que viene curva!
El último y más extenso capítulo lo dedica a su pasión por las listas, pero no aquellas que nosotros nos podemos imaginar (libros, compras, objetivos, etc.), sino que el recurso literario mediante el cual el escritor enumera, en algunos casos hasta la eternidad, una serie de hechos, características, objetos, relevantes para su narración. Dando fin al capítulo, así como al libro, con esta frase: “listas: un placer leerlas y escribirlas. Estas son las confesiones de un joven escritor.”
Añorado Eco.

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