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Crítica de Guille63


Guille63
08 March 2023
Un cambio de tono marca este tercer capítulo del cuarteto. El sexo y la sensualidad, la ambigüedad y los desórdenes del deseo y del amor de los dos primeros tomos, contados desde la subjetividad del sentimiento y con el desorden al que invita la melancolía y el desengaño, se trastocan aquí en la voz de un narrador omnisciente y neutral que en una secuencia de tiempo lineal nos introduce en el cálculo y las intrigas políticas y palaciegas del Egipto de principios de siglo con el problema del estado judío de fondo. El sexo es poco más que un instrumento y el amor con mayúsculas sigue siendo, obviamente, un destino inalcanzable. Todo ello se une aquí nuevamente en la figura de Justine.

“El amor es toda una conspiración. El poder de las riquezas y la intriga se agitaban en ella, como delegados de la pasión.”

La imagen de la Justine sexual, seductora e irresistible que nos pintó Darley en el primer tomo y que, tras las revelaciones de Balthazar, se transformó en una mujer enamorada y entregada, capaz de prestarse a la humillación, al desprecio y al sacrificio sexual por su amado, es ahora la luchadora política que usa sus encantos en pos de una idea, de unos objetivos que comparte con su marido Nessim. ¿Habrá nuevas sorpresas en Clea? Eso espero, todavía hay algunas preguntas que esperan respuesta y algún hecho cuya débil justificación merecería un mejor trato.

Bien es verdad que me ha gustado algo menos que las dos anteriores entregas, seguramente por el cambio de tono, por la distancia que toma el narrado con los hechos. Aun así, seguimos encontrando frases felices, …

“Los amantes no pueden encontrar nada que decirse uno a otro que no se haya dicho y callado mil veces. Los besos se inventaron para traducir esas heridas, estas nadas”.

… maravillosas descripciones de lugares y sucesos, algunos bellísimos, otros atroces, como un Narouz borracho abatiendo murciélagos con el látigo desde el balcón o el descuartizamiento de unos camellos para un banquete, o esa en la que Mountolive, tras protagonizar una escena desgarradora en la que juega un papel despreciable, se adentra en la ciudad de Alejandría para acabar en un burdel de niñas.

Tampoco faltan las disquisiciones en torno a la figura del artista y al propio arte.

“Para el artista, pienso, o para el público, no existe esa cosa que se llama arte. Solamente existe para los críticos y los que viven en el precerebro. Artista y público no hacen más que registrar, como un sismógrafo, una carga electromagnética que no puede racionalizarse. Uno sólo sabe que se produce una transmisión de algo, verdadera o falsa, con buen o mal éxito, según el azar. Pero querer analizar, descomponer los elementos y pasarles por encima la nariz… no se llega a ninguna parte.”

De acuerdo, Lawrence, en mi ánimo no se ha encontrado nunca la intención de analizar ni descomponer nada. Como tú, también pienso que en esto del leer la carga electromagnética lo es todo y aquí había menos culombios que en las dos entregas anteriores. Aun así, una vez más, he recibido con claridad la transmisión de ese algo que hace tan especial a esta obra.
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