La flor de Lis y el León

4,7 de nota, en realidad.

Todo llega a su fin, y aunque teóricamente quede un libro para cerrar la septología de “Los Reyes Malditos”. Por lo que leído el último libro de la saga debería, más bien, considerarse como una novela independiente. Por lo visto no salen ninguno de los personajes que aparecen en el resto de la saga y apenas tiene relación con lo que hemos visto en las seis entregas anteriores, seis libros que se han convertido sin duda en algunas de mis mejores lecturas del año. Con este libro nos despedimos definitivamente de la dinastía Capeta y nos adentramos en la prometida Guerra de los Cien Años. La historia de Francia continuará imparablemente, pero la de muchos de nuestros protagonistas ya no. Hay mucha melancolía sobre volando estas páginas, uno siente que se acerca al final de algo, independientemente de que haya un libro mayores son.

Y la verdad creo que voy a considerar esta novela como el final y la de “De Como un Rey Perdió Francia” como un añadido a mayores, porque menudo cierre de la historia capetina que nos ha regalado Maurice Druon. Durante la mayor parte del libro que nos ocupa. Y digo en la mayor parte, porque el epílogo me ha resultado muy… bueno no diría que decepcionante, pero si frustante. No sabes la rabia que me ha dado esto, sobre todo, porque hay prácticamente los tres primeros cuartos de “La Flor de Lis y el Leon” me han parecido simplemente soberbios, de lo mejor que nos ha dado esta saga. Pero vamos con partes.

Y por fin la terrible maldición de Jacques de Molay se ha cumplido, cobrándose al último de los Capetos, Carlos IV. La desaparición de la dinastía pondrá a los Valois en el trono francés, con Felipe VI a la cabeza como nuevo rey. Está situación choca contra los intereses del rey inglés Eduardo III, quién reclama sus derechos sobre Francia como único nieto varón de Felipe El Hermoso. Las ambiciones de ambos monarcas se solaparan con las de Roberto de Artois que, deseoso de recuperar lo que cree que le corresponde, se convertirá en una figura clave para el inicio de un centenaria contienda.

Como se vio en el anterior libro abrir “ la Loba de Francia“ ahora más que nunca los destinos de Francia Inglaterra están entrelazados. de ahí que la narración pase de una nación a otra libremente, permitiendo al lector como poco a poco las cosas van cambiando en ambos países y como la futura guerra va cociendose lenta pero implacablemente. Así podemos ver los primeros coletazos del reinado del nuevo rey galo, mientras Eduardo III trata de asentar su posición en Inglaterra, para lo cual primero tendrás que sacar de la ecuación es su propia madre, Isabel de Francia, quienes tras la guerra civil contra Eduardo II son los que llevan las batutas gubernamentales.

Y una vez más, Maurice Druon vuelve a hacerlo. Nos regala una historia del ritmo ágil e intenso, en la que no paran de pasar cosas que son entrelazadas con gran habilidad narrativa, con personajes finamente trazados y una prosa rica y entretenida. Sabe que está ante el final de la saga el último séptimo libro no saldría hasta 17 años más tarde) y por ello echa todos los restos. Cuando cierras la novela todo ha quedado finamente hilado para bien o para mal manteniéndose el perfecto y sabio equilibrio entre realidad histórica y ficción literaria que Druon ha llevado firmemente durante todos los libros y que ha sido uno de los puntos más fuertes de estas lecturas. Y es que, como en las anteriores entregas, es muy interesante ver cómo rellena los huecos más oscuros de la historia con leyendas y rumores de la época de una manera muy entretenida y colorida, y de forma que resulte plausible. Es cierto que en la obra hacen su primera aparición algunos nuevos personajes , pero sus aportaciones a la misma resultan decisivas y orgánicas, ninguno se siente metido con calzador y todos tienen su papel perfectamente planteado por el autor y se ciñen al mismo con mucho garbo. El arco de algunos personajes que ya conocíamos de antes se cierra de forma satisfactoria, como en el caso de la terrible y maquiavélica condesa Mahaut de Artois, quien se mantiene fiel a lo que hemos visto en ella durante todos los libros, y tiene un final acorde con las tormentas que ha sembrado a lo largo de las seis entregas. Y otros, como la no menos amenazante e intrigante Beatriz de Hirson consiguen, por fin, la relevancia que se merecen, ganando un papel determinante para la trama de esta obra y desplegando sus cualidades como caracteres en todo su esplendor y mostrándose psicológicamente con todo lujo de detalles .

Pero de todas maneras, en el personaje de Beatriz he seguido viendo claramente lo que me encontrado en la inmensa mayoría de personajes femeninos en estas novelas: aunque están muy bien matizados y tienen personalidades muy conseguidas, todas están, de alguna forma, imbuidas en clichés relacionados con lo romántico o con lo sexual. La única que escapa un poco de esto es Mahaut, ambiciosa y mala hasta el mismísimo final. Realmente es en los caracteres masculinos donde el autor da en el clavo. Su retrato humano de los reyes de Francia e Inglaterra es especialmente rico y soberbio, demostrándonos a dos hombres que acaban de hacerse con el poder por diferentes medios y que de alguna forma u otra tienen que estabilizar su nueva posición regia. Dos destinos y personalidades que no pueden ser más diferentes pese a las similitudes que podemos encontrar en ambos, y que se desentrañan en estas páginas para mostramos como van afianzándose en el poder a la par que se ponen las bases para la futura y amenazante guerra. En concreto, Eduardo III se representa como un personaje muy interesante y preparado para el poder, increíblemente parecido a su abuelo francés Felipe, pero no por ello menos humano y exento de defectos que cualquier otro personaje que hallamos conocido en esta historia. Por su parte, Felipe VI, Se nos presenta como un personaje bastante más seguro e interesado por el poder que alguno de los primos que le antecedieron, pero a la vez es una auténtica estafa y menos seguro e inteligentemente político de lo que aparenta. Ya nos lo dice el narrador, y los hechos a lo largo de esta novela no se lo demostrarán.

Pero si hay un personaje que destaca en esta obra ha sido aquel que puede considerarse el gran protagonista de la saga, el que en todos los libros ha tenido un papel destacado, la intrigante sombra que se ha movido sutilmente en los actos más importantes de esta dramática obra, la mano que por sus propios intereses ha movido todos los resortes. Roberto de Artois es la gran creación de Druon en esta historia, el hilo conductor de toda esta trama y quién ha sido importante en todo momento, en menor o mayor grado, pero siempre ha estado al pie del cañón. Es justo que en el último libro, por fin se le de plenamente el protagonismo, después de que le haya tocado compartirlo con tantos secundarios como se han paseado por estas páginas. El retrato de el gigante francés que nos regala el autor es soberbio, ya que por fin ahonda en las profundidades de su personalidad y en la evolución que ha tenido a lo largo de los seis libros. En este último impulso, vemos a Roberto Tanto, en su momento álgido como en el más oscuro. Y entre medias se mueve con soltura en todas esas facetas que tiene el gris entre las cuales Druon se maneja como pocos dentro de la novela histórica. Roberto es vocilguero, ambicioso, implacable, cruel, orgulloso y malvado. Pero a la vez conocemos a un hombre al que injustamente se le ha quitado lo que le correspondía por derecho, que ha llegado por su si mismo a lo más alto, con un carisma que desarma. Y que a la vez es un hombre cansado, que en no pocos momentos ansía una vida tranquila y pacifica. pero no puede, su obsesión por el Artois le ha devorado plenamente al convertirse en el motor principal de su existencia y en lo único que le hace resonar. Como el judío errante, Roberto se moverá a lo largo de estas páginas, buscando algo que se ha convertido en una necesidad vital para él, aunque realmente pueda vivir sin él, como él mismo se reconoce. Y que le llevará a convertirse en la corriente subterránea que mueve los hilos de la historia y cambia el destino de dos naciones. Para siempre. Es un personaje fascinante, tanto que obliga al propio Maurice Druom a abandonar su posición, como narrador imparcial en tercera persona en un momento determinado, para reconocer la grandeza de esa creación a medio camino entre lo histórico y lo ficticio, y a admitir que es su personaje favorito de esta trama sangrienta. Roberto no se merece menos.

El puede lucirse en una trama, que una vez más se presenta complicada y caprichosa, plagada de diferentes elementos que pueden modificarla en cualquier momento. Pero que rara vez ha perdido el foco en demostrar como el poder corrompe y en como la guerra entre los grandes y poderosos, aquellos que escriben la historia en mayusculas, acaba por afectar y dañar a la gente más humilde, al pueblo llano que en silencio y con trabajo duro es que realmente hace que todo funcione y se mueva.El argumento, como las anteriores entregas, está plagado de tradiciones, conspiraciones, luchas políticas, guerras, pasión, asesinatos y ambiciones. El Juego de Tronos original (recordemos que George R.R. Martin ha admito que fue una de sus principales inspiraciones para su popular septalogía “Canción de Hielo y Fuego”, y que las similitudes entre ambas series son palpables) ha tenido a lo largo de los seis libros pocos momentos de decadencia y muchos de sangrienta y lujuriosa brillantes; las intrigas y el buen ritmo se han mantenido en lo más alto, prácticamente en todo momento, atrapando irremediablemente al lector. de hecho, hasta llegar al epílogo estaba convencida de que “La Flor de Lis y el Leon” era el mejor libro de la serie y el broche final perfecto para la misma, la novela en la que las cualidades como historiador y narrador de Druon brillaban como nunca y en la que todo ganaba una grandiosidad e intensidad que hacia palidecer un poco (pero muy poco) a los otros tomos.

Y sigo pensándolo, pese a lo frustrante que me ha resultado el epílogo, como ya os he dicho al principio de la reseña. Dicho epílogo, se centra en una de la su trama más importantes que hemos conocido poco a poco en los volúmenes anteriores, a la cual el autor ha dedicado no poco tiempo y mismo. Por eso esperaba de ella, algo más espectacular, que Druon sacase su vena más literaria y de alguna forma uniera el sino de Giannino Baglioni a los grandes eventos que tienen lugar en Francia y los personajes que los protagonizan. Pero no. Todo este arco se trata como una suerte de anécdota que hay que cruzar para poder dar cierre de una vez a la saga y no dejar ningún hilo suelto. Es un punto y a parte de la trama que hemos leído antes en este mismo volumen, y que si no fuera por la curiosidad de saber que pasaba con Giannino, lo mismo hubiera dado que hubiera estado o no. Y encima, está ejecutada deprisa y corriendo, como si el autor quisiera acabar rápido de componer el libro. Y ahí se pierden muchas oportunidades, porque todo esto que nos cuentan en poco más de 20 páginas (por lo menos en mi edición) daba prácticamente para una novela entera. Así nos perdemos conocer más de un personaje con pinta de ser muy interesante e históricamente lo fue) como Cola de Rienzi; conocer más de los entresijos de la política europea, fuera de los núcleos de Francia Inglaterra; o ver la evolución psicológica que tiene el desdichado personaje de Giannino, insinuada apresuradamente en estas páginas finales, a la cual seguro que se le podría haber sacado más jugo. Como a todo este epílogo, la verdad. Ya os digo, queda para otra novela, y que te deja muy mal sabor de boca por ver lo apresurado que resulta respecto a la importancia que se le daban en las entregas anteriores. Una pena, por más que en las últimas páginas en las que vemos a Giannino nos golpe de lleno que estamos ante el final de una historia grandiosa llena de personajes impagables. Una historia que ha sido alumbrada por los fuegos de una hoguera maldita que ha corroído un linaje y ha marcado todos los pasos que hemos leído en estas novelas con su sutil influencia.

En fin, ya sé que nos queda un último libro. Pero por lo que tengo entendido en este cambia hasta el narrador, los protagonistas tampoco son los mismos. Creo que el único del que podemos tener un poco de idea es Juan II, el rey de Francia que es mencionado en las últimas páginas del libro que nos ocupa ahora, puesto que ese tomo se ocupa de los primeros coletazos de la Guerra de los Cien Años, con las batallas de Crecy y de Poitiers como plato fuerte de la obra. y que, en general, el libro no llega a la altura de sus antecesores. Una pena, pero eso no evitará que lo lea. Lo haré prevenida, pero con cierta curiosidad por ver hasta qué punto es peor. Y sobre todo, teniendo en cuenta las magníficas lecturas que han supuesto para mí los seis primeros tomos de una saga a la que tantas ganas tenía, que me ha dado muy buenos momentos y que no me ha decepcionado. de lo mejor que he leído en el 2023.

El sexto tomó es en mi opinión el último. La mayor parte de las historias terminan aquí, siendo el séptimo tomo para mi completamente prescindible.
Hasta acá la saga es genial, no decepciona.