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Crítica de Yani


Yani
27 July 2018
Mientras escribía la reseña pensaba en cuán acostumbrada estoy a contemplar a ciertos autores parados sobre un pedestal construido con algunas obras y algunos pensamientos. A mí me gusta fijarme en el resto y, como no estoy ni enamorada ni casada con Dostoievski (por suerte), prefiero manifestar lo que sentí sin muchas vueltas. El jugador es un libro generado por la urgencia de escribir (dictar, para ser exacta) y se nota. le faltan suturas y un tono homogéneo, pero no importa lo que yo diga. Dostoievski es Dostoievski y siempre encuentra el camino para que los resultados sean buenos.

Nuestro protagonista sufrido de turno es Alexéi Ivánovich, un maestro ruso de los hijos del general Zagorianski, quien está pasando un temporada con su familia en Alemania. Ruletenburgo (nombre inventado) será el escenario en donde se expondrá lo peor y lo mejor de la sociedad que gira en torno al dinero, ya sea por las apuestas o las intrigas por una herencia que involucra a la familia en cuestión. Cuando Alexéi Ivánovich va al casino por el amor (¿o capricho?) de la hijastra del general, Polina, la trama empieza a desarrollarse.

Creo que es innecesario que empiece a hablar de las impresiones que transmite Dostoievski con sus personajes al borde de la locura. En cierto punto, se parece mucho a Edgar Allan Poe: repetitivo, pero efectivo en la comunicación. A lo largo de la novela Dostoievski mete al lector en la cabeza de Alexéi Ivánovich (está en primera persona) y lo atrapa para mostrarle las turbulentas emociones que hay ahí. En algunos momentos la narración parece encontrar la calma, coincidiendo con el estado mental del protagonista, y se propone teorizar sobre las implicancias de la adicción al juego, del amor violento, de las diferencias entre los rusos y el resto de Europa. La eslavofilia se inmiscuye en todas partes. El exterior siempre presupone peligro, un cambio radical, una exposición a la opinión ajena. Es difícil que Dostoievski abandone sus ideas y no las plasme en el texto o, en todo caso, en el personaje principal. Hay algo de él en Alexéi Ivánovich. No es sólo la ludopatía (dato inútil: también fue adicto a la ruleta durante una época), sino la concepción de las cosas. O del mundo, para ser más formal.

Pero tratando la novela en sí, borrando de mi mente la cantidad de pensamientos que se pueden extraer, encuentro que hay grietas en dos puntos: la trama y los personajes. Para empezar con la trama, la demora en las revelaciones de los misterios (pavimentados en las intenciones y las relaciones de los personajes) parece forzada y las explicaciones son imprecisas y escuetas. No pretendo que me detallen todo con colores, porque la gracia está en leer entre líneas, por supuesto. Me refiero a que algunas cuestiones, desde mi perspectiva, se omiten adrede. Uno quiere continuar con la lectura hasta el final y es un hecho positivo, pero me encontré preguntándome: ¿suceden imprevistos o son recursos magistrales sacados de la galera? Hay capítulos discordantes entre sí, en donde uno es solemne y reflexivo y el siguiente es una montaña rusa (sin intención de hacer chistes). En el caso de los personajes, ellos sostienen un código propio que deja afuera al lector y el inglés que acompaña a la familia, Mr. Astley, cumple esa norma a rajatabla. Muy conveniente, ya que es a él a quien Alexéi Ivánovich recurre para obtener respuestas. Y no tengo intención de detenerme mucho en esto, pero la escritura me pareció menos rebuscada que en otros libros que leí del autor y lo que lo hace sublime es el silencio, no la manera en que se expresa.

Para no abandonar a Alexéi Ivánovich tan pronto podría decir que, aunque me molestaron sus constantes exclamaciones, su intención de convertirse en el esclavo de Polina y sus comentarios peligrosamente misóginos (con Dostoievski, en este tema, estoy curada de espanto), me gustó como personaje principal. Es otro de los típicos atormentados que fabrican su propia ruina por una tontería. En este caso, como ya dije, por el amor de una mujer que no merece la atención de nadie. Alexei Ivánovich parece lúcido en muchas ocasiones y, escasos párrafos más tarde, se descontrola. Enajenado de los secretos de la familia (porque estuvo ausente un tiempo), la búsqueda de información y la necesidad de analizar cada gesto de las personas que lo rodean lo sacan de eje. Para ser sincera, en esta novela ninguno está en su eje: esa familia y los del círculo íntimo transforman el hotel donde se alojan en un manicomio. Sólo el inglés puede escaparse... y lo hace a duras penas. Esa es una de las cosas que no terminaron de convencerme porque, si bien Dostoievski suele manejar personajes exacerbados (pueden encontrar algunos en Noches blancas ), estos me parecieron caricaturescos. Supongo que el tono medianamente humorístico de las situaciones que se presentan lo ameritan. Por esto mismo me reí en voz alta, acompañando un poco esa galería de seres ambiciosos y desbordados por sus pasiones, mientras leía.

Aunque al final todo parezca reordenarse, Dostoievski sigue enrostrándonos que la vida es injusta y que la suerte va y viene. Como texto, El jugador también es así: tiene idas y venidas. Lo importante es que, más allá de eso, se puede disfrutar la lectura. Las tres estrellas van porque me gustó más que La casa de los muertos (tengo el defecto de comparar las sensaciones que me dejan los libros y no lo puedo remediar) pero no pude conectarme de la misma manera que con Noches blancas, por ejemplo.

Nota: la edición que leí, la de Colihue, viene con un acertado anexo de cartas de Dostoievski (reales, claro está) que ilumina el contexto de la novela, haciendo hincapié en la ludopatía que padeció.

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