Los árboles tienen algo sólido y constante. Puede que cambien con las estaciones, pero siempre están ahí. Uno puede contar con ellos.
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Los árboles tienen algo sólido y constante. Puede que cambien con las estaciones, pero siempre están ahí. Uno puede contar con ellos.
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—¡Se pone tan adorable cuando me insulta! Di media vuelta con brusquedad y me encaminé hacia los caballos. ¡Qué hombre tan escandaloso, poco decoroso y odioso! Nunca me dejaría tranquila; nunca se conformaría con ser solo mi amigo; ¡y siempre me haría sentir infantil y azorada con su coqueteo infernal! Me sentía alterada u avergonzada por un millón de razones, entre ellas el haber pensado en besar a aquel hombre escandaloso, poco decoroso y odioso. |
—Prometo no amarla por compasión —murmuró. Me ruboricé ante la idea de pronunciar las palabras «prometo» y «amar» en una misma frase… dirigida a Philip. Sin embargo, tenía que devolverle la promesa o estaría siendo muy descortés. —Y yo prometo no amarle por su fortuna. |
—No creo haber conocido a ninguna dama como usted, señorita Marianne Daventry, y lamentaría muchísimo olvidar un solo detalle de esta noche. Me quedé sin respiración y el rubor se extendió por mi rostro hasta las orejas. Supe en ese instante, en lo más profundo de mi ser, que yo no era rival para aquel hombre, ni con mis jueguecitos, ni con mi confianza, ni con mi ingenio. (…) |
Marianne, yo siempre hablo en serio cuando se trata de asuntos del corazón.
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—Prometo no amarla por compasión —murmuró. Me ruboricé ante la idea de pronunciar las palabras «prometo» y «amar» en una misma frase… dirigida a Philip. Sin embargo, tenía que devolverle la promesa o estaría siendo muy descortés. —Y yo prometo no amarle por su fortuna. |
—Lo haría si pensara que usted me lo permitiría —murmuró. Me ruboricé disimuladamente. —¡Ahí está! —exclamó—. Cuánto he añorado ese rubor durante la última media hora. |
Su mirada adoptó un aire que nunca antes le había visto; era más que amabilidad, era algo distinto a la seriedad... Reflejaba intimidad, dulzura y preocupación. Nadie me había mirado nunca así.
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Si me acercaba más, pasaría algo; estaba segura. Si me alejaba, no pasaría nada. Así que me quedé totalmente inmóvil, haciendo equilibrios entre el todo y la nada, sin saber hacia dónde decantarme.
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Alcé la barbilla fingiendo dignidad. —Me estaba escondiendo para que nadie me viera mojada y cubierta de barro. —¿Ya estaba mojada y cubierta de barro antes de caer al río? — preguntó enarcando una ceja. Me aclaré la garganta. —Me he caído dos veces. Philip apretó los labios y miró a lo lejos, como si intentara recuperar la compostura. Cuando volvió a mirarme, sus ojos reflejaban las inmensas ganas de reír que sentía. |
¿A quien baila Raquel en la fiesta en la casa de los hidalgo?