Días de hambre y miseria

Nos encontramos en Ámsterdam a finales del siglo XIX. Keetje Oldema tiene nueve años y vive de forma extremadamente humilde junto a sus padres y hermanos. El hambre y el frío es cada vez más amenazador con cada nuevo miembro que llega a la familia.
Con la esperanza por bandera, Keetje pasa su tiempo vagando por los canales en busca de restos de comida que otras familias más pudientes suelen destinar a los perros e imaginando cómo sería su vida si “fuera rica”.

Una historia contada en primera persona desde el inocente, crudo y sincero punto de vista una niña. Una niña que crece envuelta en la miseria más degradante, entre embargos, desahucios, pulgas y triquiñuelas para poder llevarse un trozo de pan a la boca.
Llega un punto en su vida en que comer se vuelve un acto casi secundario comparado con la ausencia de medios para combatir el intenso frío que amenaza su vida y la de su familia.
Ávida lectora desde muy pequeña, a medida que va creciendo se empieza a abstraer del influjo de sus padres, sobreponiéndose al carácter de estos y cogiendo las riendas de la familia, no sin sufrir las consecuencias en sus propias carnes.

Días de hambre y miseria es la primera parte de la llamada “trilogía del hambre”, que contiene tintes autobiográficos de la vida de la propia autora.
Una novela brutal, fiel reflejo de la complejidad y la dualidad del ser humano ante situaciones límite.
La mella que hacen el hambre y la miseria en las personas, deshumanizándolas, haciendo de estas, en ocasiones, seres pasivos, que prácticamente ni sienten ni padecen ante los actos más atroces, dejándose así llevar por el cruel destino sin oponer resistencia. En cambio otras se recomponen y se aferran al más mínimo rayo de luz que encuentran para persistir y seguir adelante.

Una joya de novela que recomiendo totalmente.
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