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ISBN : 9877121573
384 páginas
Editorial: Eterna Cadencia (11/02/2019)

Calificación promedio : 4.5/5 (sobre 2 calificaciones)
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Guille63
 13 June 2023
Por si no leen nada más de lo que aquí escribí, al menos que les quede una cosa clara: Stephen Dixon es un escritor maravilloso, tanto como novelista —lo descubrí con su obsesiva y emocionante novela «Interestatal»— como, quizá sobre todo, por sus cuentos, de los que he leído los dos libros que la editorial Eterna Cadencia tuvo la fantástica idea de publicar: «Ventanas y otros relatos» y «Calles y otros relatos». Cuatro estrellas le di a la novela y sendos cinco a sus dos libros de relatos, pero será porque las situaciones que aquí trata el autor las siento cada vez más cercanas que este libro me ha emocionado especialmente. Ha pasado a ser mi preferido del autor.

«Historias tardías», más que un volumen de cuentos, que es lo que es en realidad (aparecieron de forma independiente en diversas revistas durante años), se lee como si de una novela se tratara. Los treinta y un textos que componen el volumen tienen como protagonista a Philip Seidel, un escritor y profesor ya jubilado, que ha perdido a su esposa tras una grave, larga y penosa enfermedad. Son textos emotivos sobre el desconsuelo y la soledad, la culpa, también sobre la vejez y el imparable y angustioso deterioro del cuerpo, sobre la enfermedad, y, en fin, sobre la paulatina desaparición de todo aquello que hace de la existencia algo deseable y digno de ser vivido.

El primer capítulo es espectacular, memorable, en menos de dos páginas repasa la vida de Philip con Abigail, su mujer, desde el primer encuentro hasta la muerte de ella, y lo hace, y aquí viene lo extraordinario, en sentido cronológico inverso. Esta muerte recorrerá como una sombra la mayoría de los relatos, una monotonía en el tema que el autor compensa sobradamente con un gran repertorio de formas, alternado primera y tercera persona, pasado y presente, cuestionándose la forma en la que escribir el relato o barajando alternativas a lo que sucedió o pudo suceder.

El fallecimiento de su mujer ha dejado su vida en suspenso, emotivamente muerta. Únicamente conserva el amor por sus hijas, del resto de conocidos se ha aislado, “Se ha arrancado un poco de todos”. Odia ir solo a las reuniones, odia sus días de inmutable rutina y en los que muchas veces no cruza palabra con nadie salvo en conversaciones telefónicas, a la caída de la tarde, con sus dos hijas. Las mayores charlas las tiene con su mujer muerta, de noche, tras su caminata diaria, en las que le cuenta cómo ha ido el día, lo viejo que se siente, o recordando tiempos mejores buceando obsesivamente tras cualquier mínimo detalle que su memoria no alcance a distinguir. Incluso añora los duros momentos que pasó cuidándola durante su enfermedad, mortificándose por lo que aquello afectaba al tiempo que podía dedicar a escribir.

A este desconsuelo se suma la vejez, el deterioro físico, la enfermedad de Parkinson con la que poco a poco las medicinas van perdiendo eficacia, la pérdida de memoria que le coloca en situaciones de peligro (“está llegando, o ya llegó, al punto de no poder confiar más en que vaya a acodarse de que hay algo en la tostadora, o en el horno…”) o ridículas, siempre con la cremallera de la bragueta bajada.

“Todos mis problemas. Por envejecer, por ser viejo, por estar solo como yo. Aislado. Sin nada que hacer aparte de mi escritura y la lectura y el ejercicio. ¿Qué clase de vida es esta?”

Pese a ese deterioro físico, mantiene las ganas y la capacidad de escribir y, lo que para él llega a ser algo mortificante, el deseo sexual. Se siente estúpido, sórdido, masturbándose delante de la pantalla de un ordenador, o ridículo cuando alberga esperanzas de enamorar a una mujer mucho más joven (hay un capítulo en el que cuenta “Lo que es” de esa relación seguido de otro titulado “Lo que no es” en el que imagina más de una decena de posibilidades en las que tiene éxito). Pero el capítulo más conmovedor entre tanto capítulo conmovedor es aquel en el que imagina que su mujer y él no llegan nunca a enamorarse: la ve en una fiesta de navidad en casa de un amigo común, la sigue por toda la casa esperando la oportunidad de abordarla. Cuando por fin se decide y se acerca, otro hombre se le adelanta por segundos. “Perdérsela” es su título.

“A veces pienso que mi obra solo está destinada a ser escrita, no leída.”

Este puede ser el gran secreto de la literatura de Dixon, escribir para sí mismo, disfrutar de lo que se escribe sin pensar en cuánta gente llegará a leerlo. Pero no deja de ser un gran misterio el hecho de que un autor de la talla de Stephen Dixon, tan original en la forma como interesante en el fondo, alabado y premiado por la crítica, apenas tenga lectores. Aquí aporto a la causa mi cuarto granito de arena.
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Las críticas de la prensa (2)
ElPais16 April 2019
Con ‘Historias tardías’, una colección de relatos nacidos de los recuerdos de un escritor, Stephen Dixon se revela como uno de los mejores cuentistas estadounidenses actuales.
Leer la crítica en el sitio web: ElPais
elperiodico13 March 2019
“He estado escribiendo la misma historia durante semanas”. Lo dice Philip Seidel, álter ego de Stephen Dixon, en 'Una cosa lleva a la otra', uno de los 31 relatos de estas hermosas 'Historias tardías'. El concepto de relato se confunde con el de capítulo, porque este libro bien podría considerarse una novela episódica, inconexa, que, en efecto, ilustra esa poética del bucle que la extraordinaria 'Interestatal' llevaba al extremo, y que consiste en invocar el eterno retorno de lo mismo, la obsesiva repetición de lo irrepetible, enfocada a cada suspiro con un objetivo de alcance distinto, desde un ángulo de visión nuevo, siempre vertebrado alrededor de la pérdida de un ser querido.
Leer la crítica en el sitio web: elperiodico
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