La mujer borrador

Cuando me quedé embarazada, en fin, más bien cuando vi las dos líneas paralelas en el test de plástico que mide nuestros niveles de progesterona, pensé, automáticamente en colocarlo en la hoja de registro donde había pegado y catalogado cada uno de los test de ocultación -que incluso había pedido al Reino Unido- y poder cumplimentar mi gráfica con las temperaturas basales de las siguientes mañanas. Todo eso lo pensé como el rayo que atraviesa el tronco en la tormenta. de pronto todo se detuvo. Me senté en el suelo del baño, sin quitarle ojo a las rayitas rosas, y me pregunté qué sería de mi vida a partir de entonces. Os reiréis, seguro.

Cuatro meses vomitando porque tuve la fortuna de conocer a una matrona naturista a la que la hiperémesis gravídica le parecía un cuento de vieja. El sexo del bebé llegó casi a la par que mi maravillosa ginecóloga, que me salvó mil veces de mi propia locura. Un niño. Muy mal. Disgusto para la abuela. «¿Cómo habéis podido hacerme esto?  No vino solo. «¿Le vais a poner un nombre de perro?» Y mi favorita: «Solo los hijos de las prostitutas llevan primero el apellido de su madre».

Pero el embarazo sigue. Pasas hambre, no eres consciente de tu tamaño y arrasas por donde pasas y, para colmo, esa curiosidad tuya crece a la par que el niño, y te encuentras, a las tantas, atrapada en un libro sobre ginecóloga y obstetricia, buscando el número exacto de colidones de una placenta. Porque la Reina Mercedes no murió de tifus, ya lo dijo el famoso pediatra y padre de Jacinto Benavente, sino de un legrado mal practicado que terminó en una sepsis.

Mi parto, y otras desventuras, las dejo para siguientes entregas, eso sí, cuando una madre se encuentra con esa criatura con la que ha compartido las estrecheces de un solo cuerpo y, por fin, lo abraza y siente que es del mundo, ya no suyo, aunque nunca deje de pertenecerle, todo, absolutamente todo, merece la pena. Diga lo que diga sobre esto «Larousse de las futuras mamás», tan detestado por la protagonista de la mujer borrador. Pequeño manual de dudas para mamás feministas (@hojadelata_editorial, 2020), de Amandine Dhee, que lucha para no diluirse y desaparecer, como leche en polvo, sepultada bajo el huracán bebé y la cantinela del Pollo Pepe. Aquí encontrarás la realidad de una madre hilvanada con socarronería, ternura y mucha poesía.
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Qué (adjetivo potente que soy incapaz de evocar) me ha resultado esta lectura. ¿Es porque ha conectado conmigo como “mujer a secas”? ¿O porque lo ha hecho con la madre en potencia que hay en mi como mujer que soy? ¿O con la madre que en algún momento pensé que sería / quise ser? ¿O con “la madre” como constructo social unívoco contra el que le escritora se rebela? Sea como fuere, lo empecé, me absorbió, lo trasteé y lo acabé. Y sigo volviendo a él. Capítulos cortos, mensajes directos, sin pudor, honestos, reveladores, tiernos, críticos y agudos inundan el libro. La maternidad experimentada, ideada, gozada, sofocante, universalizada, escrutada, asumida, temida, construida, transmitida…deconstruida. #amandinedhée realiza un recorrido magistral por sus propias creencias (influenciadas evidentemente por una sociedad eminentemente patriarcal) acerca de la maternidad a medida que la experimenta, y yo me he sumergido gracias a ello en un torrente de reflexiones y sensaciones acerca de mi no-maternidad que ha resultado catártico. La sigo de cerca, quiero más.

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Nunca en mi vida he subrayado tanto un libro. Ni exagero, ni miento. Es la pura realidad y con solo hojear un poco mi ejemplar se sabe que esto es cierto. He subrayado muchísimo pero no solamente me he quedado en eso, he anotado, he escrito. Esto se debe a varias razones pero la más importante, la que más ha primado durante la lectura, es que me he sentido reflejada y también comprendida. He perdido la cuenta de las veces que he dejado de leer porque me quedaba perpleja al darme cuenta de que lo que estaba leyendo también me había ocurrido o también lo había pensado. He perdido la cuenta de las veces que he sentido la necesidad de cerrar el libro para aplaudir a Amandine. Esto es algo que no solamente me va a ocurrir a mí, eso lo tengo muy claro.

Antes, durante y después.
Antes de tener en mente ser madre, durante la decisión y después de decidirlo. Antes de ser madre, durante el embarazo y después de serlo. Siempre. Absolutamente siempre serás vigilada, mirada de arriba a abajo, cuestionada y prejuzgada. No importa lo que hagas ni lo que decidas, eso siempre es lo de menos. ¿No quieres ser madre? ¿Quieres serlo? Da absolutamente igual, siempre se va a cuestionar tu elección. Siempre se va a opinar y Amandine lo plasma perfectamente en este libro, en este diario. Plasma lo que le ha ocurrido, lo que ha pensado y lo que ha experimentado antes, durante y después. Lo hace de una forma muy sincera y directa, como tiene que ser. ¿Por qué hay que embellecer o adornar la pura realidad? Dudas, cambios, inseguridades, miedos, desigualdad ["conciliar- qué asco de palabra, las únicas que tienen que conciliar son las mujeres."] Comentarios y miradas. Todo el mundo se cree con el derecho de opinar, cuestionar e incluso tocar.

Podría pasarme horas escribiendo, hablando, sobre esta lectura. Podría hacerlo pero, como siempre digo, menos es más. Leedlo, subrayadlo, anotadlo. Antes, durante o después, eso da igual. Os veréis reflejadas de igual manera, sin importar en qué punto estáis, sin importar qué habéis decidido hacer.
He llegado al punto final. He cerrado el libro y me he dado cuenta de algo. He sido, soy y seré una mujer borrador pero la cuestión es, ¿quién no?
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