—¿Y tú y yo no lo somos? —preguntó Alix. ¡Joder! Sentía el escozor de las lágrimas en los ojos. —Por muy bien que me caiga Tim, no siento el menor deseo de arrancarle la ropa. No tengo ganas de hacerle el amor hasta saciar el ansia que me correo por dentro. No me quedo despierto por las noches pensando en sus labios o en sus muslos o en cualquier otra parte de su cuerpo. Alix lo miraba fijamente. —Pero no me has tocado. —Se lo prometí a alguien a quien le debo mucho —adujo él en voz baja. —Y esa persona te pidió que... ¿El qué? ¿Que mantuvieras las manos quietecitas? —Sí. |