Litio

Etimológicamente el título de la novela ya aporta algunas claves interesantes sobre lo que será el contenido del texto, o quizá solo su esencia, una historia fragmentaria, eco de una protagonista ajada e incompleta. El litio es una piedrecita, un metal de rápida oxidación y esto es exactamente lo que le ocurre a su protagonista. Ella se va pensando a través de su propia narración, articulada en dos pérdidas: su relación sentimental y su madre.

Construido en pequeños capítulos o escenas, el monólogo interior no tiene un receptor claro dentro de la historia, pero cuando escapa de las páginas, susurra incomodidades, reflexiones necesarias para hacernos partícipes de un frágil estado mental. Una autopercepción lastimada, una voluntad raquítica y el cuidado de unos gatitos que ella misma regaló, son las penitencias que la protagonista debe acarrear.

Es un libro que nos habla de no querer estar en un determinado lugar pero no saber a dónde ir, de aceptar responsabilidades cuando apenas eres capaz de cuidar de ti mismo. El ser a través de otros, una rémora propia. Lo material estorba, el objeto de cuidado escuece, araña y muerde. La herida está muy presente, sobre todo aquella que no se ve.

No os dejéis engañar por la amabilidad de la portada, porque tras ella no hay nada, nada más que fragmentos de la vida de una joven que podía ser cualquiera de nosotros, o no. Y a veces es más que suficiente para mostrar la vulnerabilidad a la que estamos sometidos irremediablemente, sea cual sea la vida que representemos y las relaciones que tengamos.

Creo que en el caso de esta novela, y puede que precisamente por sus escasas páginas, me ocurre un poco como a la protagonista, intentando entender qué está ocurriendo, sigo igual de desorientada que al principio, sin comprender cómo se ha pasado de un estado a otro, o si es que realmente ha ocurrido algo en este libro que vaya más allá de alimentar mi flujo de pensamiento con unas palabras afectadas por un mal irremediable: la vida.


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