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Crítica de GemaMG


GemaMG
10 December 2020
Para celebrar el centenario del nacimiento de Delibes este año me había propuesto acercarme de nuevo a sus novelas y releer, al menos una de ellas. A las alturas del año en que estamos casi no soy capaz de cumplir este reto, pero lo he conseguido.
En principio me plantee leer “La sombra del ciprés es alargada”, una novela a la que tengo cierto apego por desarrollarse la primera parte entre las calles de la ciudad que me vió nacer. Era una buena opción, pero entonces encontré entre los libros de una de mis estanterías un ejemplar de El Príncipe destronado, una tiernísima novela en la que el autor da voz a Quico, un niño de tres años (casi cuatro) que en mi memoria siempre tendrá el rostro y el gesto de Lolo García, el pequeño actor que le dió vida en “La guerra de papa”, la película que Antonio Mercero dirigió en el año 1977 basándose en la obra que nos ocupa.
Esta película es una maravilla de adaptación y os aconsejo verla, no solo por la ternura que transmite su pequeño protagonista, sino también por el papelón de Verónica Forqué como Vitora. Pero vamos a lo que nos ocupa, el libro, porque, por muy buena que sea la cinematografía, la novela es aún mejor.
Estamos ante una novela corta, en la que se narra un día corriente de la vida de Quico, el quinto hijo de una familia acomodada, en diciembre de 1963. La novela transcurre desde que despierta, a las 10 de la mañana, hasta que se acuesta, a las 9 de la noche. Un día que en sí podría resultar simple, un día que podría resultar pobre literariamente, pero en la que el autor, a través de la mirada del niño y de sus vivencias cotidianas nos adentra en los mundos de la psicología, la sociología, la política e incluso la historia.
Los aspectos psicológicos son evidentes, quedando ya de entrada patentes incluso en el título de la novela “El príncipe destronado” que responde a un síndrome del mismo nombre que se refiere, básicamente a los celos que la llegada de un nuevo hermano generan en el hermano anterior y que se caracteriza por ciertos comportamientos tipo como la desobediencia, que en Quico coincide además con la desobediencia típica de los niños a la edad de nuestro protagonista. El regreso a una etapa de desarrollo anterior patente y reiterativa en la vuelta a la falta de control de esfínteres de nuestro protagonista por la noche (hacerse pis en la cama) e incluso durante el día ("repasarse", haciéndose pis sin darse cuenta) y que a la edad que tiene, tres años llegando a cuatro, ya debería estar controlado. Cambios en el sueño, que se traducen en la última y magnífica escena final, y en la alimentación, ese "hacerse bola" de la comida en la boca de Quico y el tener que darle de comer por su desgana. Sus continuas llamadas de atención, caracterizadas por esa necesidad de hacer a todos los mayores con los que se relaciona partícipes de todo lo que le ocurre y de implicar a sus hermanos en su vida para sentirse, de nuevo, el centro de atención. Y, por último, la tristeza, esa tristeza que el autor coloca siempre en su mirada.
Y si la personalidad de nuestro pequeño protagonista queda descrita de forma precisa, no queda menos patente la personalidad del resto de los personajes a los que conocemos más por sus acciones que por la descripción que el autor hace de los mismos:
Papa: un hombre ausente de la vida diaria, pero autoritario, intransigente y machista como el común de los hombres de la época.
Mama: una mujer que mantiene la distancia con sus hijos.
Vito: la mujer servil y la que ejerce, en la práctica, de madre para este pequeño.
Domi: la niñera desmotivada, más preocupada del cotilleo y de quedar por encima de “su señora” que de ejercer las labores por las que recibe su salario.
Juan: ese hermano que en su momento también fue "destronado" y cuya mayor afición es hacer rabiar al pequeño.
Estos personajes, junto al resto de secundarios, los hermanos, Femio, la Loren... conforman un microcosmos que es el reflejo de una sociedad que el autor refleja en su novela de manera magistral. Estableciendo en primer lugar una clara frontera entre clases que se da ya, en el mismo domicilio, donde existe una clara distinción entre la zona noble por donde se mueven la familia y la niñera y la zona de servicio, reino indiscutible de Vito, y a la que la madre se acerca esporádicamente y casi, exclusivamente, para poner orden cuando ve que al servicio se le va de las manos la "educación" de los niños.
Plasma además el autor con verdadera maestría la diferencia de roles de género, el hombre trabaja fuera para llevar el dinero y la mujer se ocupa de la casa y de los niños. Y en esta separación de géneros el autor plasma implícita y explícitamente la relación de un matrimonio que hace aguas, poniendo ante nuestros ojos el enojo contenido y las discusiones educadas que no suben de tono para no dar “oídos al pregonero”, pero cuyas palabras envenenadas duelen más que la mayor de las bofetadas.
Papá pertenece al bando de los vencedores de una guerra que, a pesar de los años transcurridos sigue muy presente en la vida de esta familia. Esa victoria es, posiblemente el origen, o al menos uno de los factores que le permite llevar una vida desahogada, manteniendo dos casas, 6 hijos, el servicio de la casa y el chofer y las vacaciones anuales en San Sebastián. Y le supone además esgrimir ante sus hijos y su mujer una "superioridad moral" que le hace creerse poseedor de la verdad ideológica absoluta y garante de transmitir esa verdad a sus hijos, de imponerles esa idea de que ellos, su bando, son los buenos y los vencidos, los que tienen enfrente son los malos. Y de esa forma el padre sigue confirmando una historia que ganaron ellos, los vencedores de "la guerra de Papa".
La novela está escrita de forma aparentemente simple, y sin embargo tremendamente compleja. Una novela en cuyo lenguaje el autor desliza, en su justa medida, expresiones propias del lenguaje infantil y del lenguaje “vulgar” propio de las “clases bajas”. El paisaje se reduce a las estancias de la casa y las páginas están repletas de diálogos que dotan de verdadera agilidad a la historia, predominando en esta novela más el arte de mostrar que el de contar.
Una lectura deliciosa que apenas dura una tarde, pero a la que no le falta nada para ser una novela redonda. Una lectura que nos muestra una época que quizá nos resulte ajena, con sus casa señoriales, con sus telenovelas en la radio, con sus coplas, con el servicio militar que a muchos les llevaba a tierras africanas, con los niños entretenidos con TBOS y con chapas de refresco, con la presencia continua del cielo y el infierno en la educación de los pequeños… una época que pasó, pero que fue así, al menos para algunos. Una novela en la que la inocencia de un niño y la literalidad de las palabras que escucha y que interpreta sin sarcasmos e ironías, pondrán, en más de una ocasión la sonrisa en nuestros labios. Una novela que, estoy segura que disfrutareis si la leéis sin más pretensiones que disfrutar de una gran historia y una magnífica novela.

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