Hacerse adulta tan solo sirve para eso: reparar las pérdidas y los daños del comienzo. Y mantener las promesas del niño que hemos sido.
|
Hacerse adulta tan solo sirve para eso: reparar las pérdidas y los daños del comienzo. Y mantener las promesas del niño que hemos sido.
|
LAS LEALTADES Son lazos invisibles que nos vinculan a los demás —lo mismo a los muertos que a los vivos—, son promesas que hemos murmurado y cuya repercusión ignoramos, fidelidades silenciosas, son contratos pactados las más de las veces con nosotros mismos, consignas aceptadas sin haberlas oído, deudas que albergamos en los entresijos de nuestras memorias. Son las leyes de la infancia que dormitan en el interior de nuestros cuerpos, los valores en cuyo nombre actuamos con rectitud, los fundamentos que nos permiten resistir, los principios ilegibles que nos corroen y nos aprisionan. Nuestras alas y nuestros yugos. Son los trampolines sobre los que se despliegan nuestras fuerzas y las zanjas en las que enterramos nuestros sueños. |
Es extraña, por otra parte, esa sensación de apaciguamiento cuando acaba emergiendo aquello nos negamos a ver pero que nos constaba que estaba ahí, enterrado no muy lejos, esa sensación de alivio cuando se confirma lo peor.
|
Todo aquel que vive o ha vivido en pareja sabe que el Otro es un enigma. Yo también lo sé. Sí, sí, una parte del Otro se nos escapa, sin lugar a dudas, porque el otro es un ser misterioso que alberga sus propios secretos, es un alma tenebrosa y frágil, el Otro oculta para sí su parte de infancia, sus heridas secretas, intenta reprimir sus turbias emociones y sus oscuros sentimientos, el Otro debe, como cada cual, aprender a llegar a ser él y consagrarse a no sé qué optimización de su persona
|
Las lealtades. Son lazos invisibles que nos vinculan a los demás -lo mismo a los muertos que a los vivos-, son promesas que hemos murmurado y cuya repercusión ignoramos |
Son las leyes de la infancia que dormitan en el interior de nuestros cuerpos, los valores en cuyo nombre actuamos con rectitud, los fundamentos que nos permiten resistir, los principios ilegibles que nos corroen y nos aprisionan. Nuestras alas y nuestros yugos.
|
Son lazos invisibles que nos vinculan a los demás -lo mismo a los muertos que a los vivos-, son promesas que hemos murmurado y cuya repercusión ignoramos, fidelidades silenciosas, son contratos pactados las más de las veces con nosotros mismos, consignas aceptadas sin haberlas oído, deudas que albergamos en los entresijos de nuestras memorias.
|
La gente no concibe que una mujer dedicada al hogar pueda tener una vida, centros de interés, y menos aún algo que decir. No conciben que pueda pronunciar varias frases juiciosas sobre el mundo que nos rodea, ni ser capaz de formular una opinión. Como si la mujer dedicada al hogar estuviera condenada por definición a arresto domiciliario y su cerebro, tras haberse visto privado durante largo tiempo de oxígeno, funcionase a cámara lenta.
|
Lo digo a menudo, "lo hablaré con tu padre", pero hoy esa frase suena totalmente absurda. ¿Qué puede deducir un chico de trece años de una frase tan estúpida? ¿Que soy una esposa sometida a la perspicacia de su marido? [...] ¿Que yo me refugio tras esa autoridad, real o ficticia, para no asumir mis propias decisiones? ¿Que lo compartimos todo, su padre y yo? Me sentí patética.
|
¿Cuál de los siguientes libros fue escrito por Gustave Flaubert?