Sábete Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro.
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Sábete Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro.
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¡Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de virtudes! Todos los vicios, sancho, traen un no sé qué de deleite consigo, pero el de la envidia no trae, sino disgustos, rencores y rabias.
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La libertad, Sancho, es uno de los dones más preciosos que han recibido los hombres; vale más que todos los tesoros de la tierra y del mar, y por ella conviene arriesgar la vida si es preciso, pues no hay pena mayor en el mundo que ser esclavo de otro o verse cautivo.
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—Ahora digo yo —agregó don Quijote— que el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho.
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—¿Has notado, Sancho, cuánto se parece en el teatro la vida? Pues en las comedias uno hace de rey y otro de mendigo, pero, cuando se acaba la función de los actores se quitan sus ropas, el mendigo y el rey son iguales. Y eso mismo pasa en la vida, dónde unos nacen emperadores y otros esclavos, pero, cuando llega la muerte y nos desnuda, todos quedamos iguales en la tumba.
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Este don Quijote es un loco que a ratos se vuelve cuerdo, y su caso es tan extraño que no podrían curarlo ni los mejores médicos del mundo.
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En realidad, tan solo le inquietaba una cosa: descubrir si don Quijote era un cuerdo que tiraba a loco o un loco que hablaba como un sabio.
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No puede impedirse el viento, pero hay que saber hacer molinos.
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En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.
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…aquella tarde la pasó Sancho en hacer algunas ordenanzas tocantes al buen gobierno de la que él imaginaba ser ínsula, y ordenó que no hubiese regatones [minoristas corruptos] de los bastimentos en la república, y que pudiesen meter en ella vino de las partes que quisiesen, con aditamento que declarasen el lugar de donde era, para ponerle el precio según su estimación, bondad y fama, y el que lo aguase o le mudase el nombre, perdiese la vida por ello; moderó el precio de todo calzado, principalmente el de los zapatos, por parecerle que corría con exorbitancia; puso tasa en los salarios de los criados, que caminaban a rienda suelta por el camino del interese; puso gravísimas penas a los que cantasen cantares lascivos y descompuestos, ni de noche ni de día; ordenó que ningún ciego cantase milagro en coplas si no trujese testimonio auténtico de ser verdadero, por parecerle que los más que los ciegos cantan son fingidos, en perjuicio de los verdaderos; hizo y creó un alguacil de pobres, no para que los persiguiese, sino para que los examinase si lo eran; porque a la sombra de la manquedad fingida y de la llaga falsa andan los brazos ladrones y la salud borracha. En resolución, él ordenó cosas tan buenas, que hasta hoy se guardan en aquel lugar, y se nombran «Las constituciones del gran gobernador Sancho Panza
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