Charlie y la fábrica de chocolate

Puede que, como decía el gran JB, "la vie ne fait pas des cadeaux", que la desigualdad social galopa rampante y la justicia está desaparecida en combate, con tanta nutrición inadecuada y tanta infravivienda, tantas lágrimas de ira rodeando la opulencia así que... ¿A quién le amarga un dulce?

Después de aleccionarnos en Gremlins acerca del irresponsable quebranto de las normas Mr. Dahl nos fabrica un cuento de hadas en el que el bosque es una factoría de maravillas, el hada buena un inventor borde y los enanitos... unos enanitos cantando y brincando mientras elaboran, a salvo del espionaje industrial y el robo de la propiedad intelectual, alimento para nuestra alma sedienta, para nuestro yo en crecimiento perpetuo.

Siempre he visto este cuento como una incursión de guerrilla contra la globalización (por lo del chocolate: aún recuerdo el poco cacao que había en las tabletas de mi infancia, y lo costoso que es encontrarlo en África, y Neuchâtel y Vevey, Suiza), contra el orden mundial, contra la sangrante desigualdad entre Augustus y Charlie: un envoltorio de risas y fantasía contra el cielo gris y la nieve sucia.