Tránsito

“Nos han imbuido tanto esa doctrina de que tenemos que aceptarnos, que la idea de no aceptarse es bastante radical.”

En muy pocas páginas, Cusk descarga unas cuantas ráfagas contra nuestra contemporaneidad, como quien dispara unos tiros al aire para que todo el mundo sepa inmediatamente y desde el principio a qué debe atenerse. Dianas como la pérdida del sentido de nuestra relevancia en el mundo, nuestra cada vez mayor necesidad de una tecnología con la que no es necesario interactuar sentimentalmente y, por tanto, sin peligro de recibir daño alguno, de nuestro deseo por aquello que justamente no podremos tener e incluso, contradictoriamente, del alivio que sentimos al ver frustrado tal deseo...

Página tras página vamos encontrando gente confusa que no sabe bien a qué agarrarse, qué camino tomar, hombres y mujeres que basan su identidad en el trato que reciben de los demás, que sienten horror a tomar decisiones e inseguridad, culpa y arrepentimiento por las ya tomadas, personas abrumadas por el peso de padres, parejas o hijos, que vuelven una y otra vez a caer en los mismos agujeros de los que creían haber salido, que ahuyentan precisamente a aquellos que aman, que no parecen llegar nunca a su sitio, en constante tránsito a quién sabe dónde. Como dice uno de los personajes, parece como si en un momento dado nos paráramos, miráramos a nuestro alrededor y solo viéramos niños en cuerpos de adultos:

“Lo veía en sus gestos y en sus manías, en su competitividad, en su ansiedad, en su rabia y su alegría y, sobre todo, en sus necesidades, tanto las físicas como las afectivas: hasta los conocidos suyos que tenían una pareja estable —relaciones que él había envidiado por la compañía y la intimidad— le parecían ahora poco más que mejores amigos en el patio del recreo.”

Todo esto nos lo hace saber Cusk, como ya nos lo hizo saber en su anterior novela, “A contraluz”, con capítulos en los que a modo de relatos nos describe de una forma fría y distante, y sin embargo emotiva, conversaciones que la autora o alguien muy parecida a ella, Faye, establece con gente de muy distinto sino para reflejar de alguna manera su propia situación, para ofrecernos de nuevo su imagen a contraluz al mismo tiempo que se la expone a sí misma aprendiendo, o intentándolo al menos, cómo escapar de eso que a veces llamamos destino y que no es más, según la autora, que “la reverberación de la voluntad” de los otros o el reflejo de nuestra propia impotencia.

“Comprendí que era posible resistir al mal, pero al hacerlo uno estaba solo. Aguantabas o caías como individuo. Lo arriesgabas todo en el intento: incluso era posible, añadí, que el mal solo pudiera vencerse con el sacrificio absoluto del yo. El problema era que nada podía dar mayor placer a tus enemigos.”

Y todo esto es la idea general, o la que yo he extraído de ella, pero la novela tiene un sinfín de pensamientos, de ideas, de lucubraciones sugerentes, a veces un tanto cripticas, como lo son algunos momentos de sus conversaciones volviéndolas un punto inverosímiles, y que te obligan a un ejercicio continuo de análisis, de reflexión constante que hacen que en la práctica estas poco más de 200 páginas dupliquen, como poco, su número.

Por todo ello, "Tránsito" es una novela que deja una sensación de no haber agotado ni de lejos todo lo que la novela ofrece y que, por el mismo motivo, no deja de crecer en nuestro pensamiento desde el mismo momento en el que pasamos la última página.

“… la pérdida era el umbral de la libertad.”

“… nuestras heridas… el único lugar en el que puede arraigar el futuro.”

“… en el amor… que te entiendan crea el temor a que no vuelvan a entenderte jamás.”