Cuando los poetas cantan las batallas del pasado, pienso que no saben lo que dicen. Los combates no eran así y, desde luego, la batalla campal que se desarrolló a bordo del barco de Heasten no guardaba ninguna similitud con sus rimas. No fue un acontecimiento heroico ni digno de recordarse; no había un señor de la guerra que matase a diestro y siniestro. Era solo pánico, un miedo espantoso. Solo los hombres cargados de miedo, que se meaban encima, que sangraban, gesticulaban y lloraban como niños a los que les han propinado unos azotes
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