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Crítica de Beatriz_Villarino


Beatriz_Villarino
03 March 2020
Empecé a leer este libro porque me gusta la novela negra y, por supuesto, uno de sus más destacados representantes, John Connolly. Me he llevado una sorpresa porque a los asesinos no los busca un detective. Es una novela de terror en la que su protagonista debe enfrentarse a seres fantasmales, fantásticos, que lo persiguen sin piedad para destrozarlo. Es una novela de aprendizaje; David, un chico de doce años pasa por una infancia traumática cuando, tras una penosa enfermedad muere su madre durante la Segunda Guerra Mundial. A esto se añade que a los cinco meses de perderla, su padre vuelve a casarse con Rose y, un tiempo después, la llegada de un hermano y el cambio de casa, a la de su madrastra, en el campo, más segura y más grande, consiguen que se sienta totalmente desamparado. En esta situación de abandono y tristeza, David se refugia en los libros, que le hablan, le cuentan historias como las que le contaba su madre todos los días.

El libro de las cosas perdidas no es una novela infantil, aunque los jóvenes pueden leerla. Es una novela para adultos en la que nos vemos reflejados en las aventuras que le ocurren al protagonista. Los temas son universales: el miedo al abandono, a ser invisibles, los celos como signo infantil de inmadurez convertidos en envidia capaz de corrompernos de adultos, el dolor por la pérdida de un ser querido, la literatura como forma de conectar con los demás… Temas que tienen cabida en cualquier género literario y en diferentes subgéneros narrativos, pero Connolly los presenta en forma de novela negra con elementos irreales, sobrenaturales, situaciones en las que el protagonista será el héroe absoluto de los cuentos infantiles. David traspasa la realidad y se introduce en un mundo onírico poblado por las criaturas más terroríficas; el autor se encarga de introducir elementos transgresores en escenas que se acercan al origen de estos cuentos. Los enanos comunistas sometidos por una Blancanieves enorme y cruel, recuerdan a las versiones de otras culturas. «Lo cierto es que comía una barbaridad: no dejó más que los huesos de su conejo, y después se puso a coger carne del plato del Hermano Número Seis […] Devoró […] Bebió […] y lo bajó todo con dos pedazos de pastel de fruta horneado por el Hermano Número Uno […] Blancanieves se alejó tambaleándose de la mesa y se hundió en su sillón junto al fuego».

David se ve inmerso en un despropósito real del que tiene que salir, para ello debe ir tomando decisiones ayudado primero por el Leñador y después por el caballero Ronland, hasta que adquiere autoconfianza y es capaz de razonar sobre cómo vencer al Hombre Torcido, un ser maligno que, aunque no lo crea, lo guiará de manera tremenda por todos sus miedos y traumas para poder superarlos «Y entonces los animales cayeron sobre ella, desgarrando y mordiendo, arrancando y desmenuzando, mientras David daba la espalda al horrendo espectáculo y huía al bosque».

David se introduce en la literatura cuando el mundo que lo rodea es hostil, y será precisamente este mundo imaginado el que consiga devolverlo a la realidad, pues a través de las vivencias aprende a confiar en los demás «David, esta tierra es tan real como tú […] pueden matarte aquí y no volverías a tu hogar» y a ir tomando confianza en sí mismo y sus posibilidades «El niño tropezó en una ocasión y las zarpas le rasgaron la ropa de la espalda, pero él rodó por el suelo para apartarse».

La estructura de la obra es muy original pues, partiendo de una novela iniciática, el autor es capaz de introducir toda una trama detectivesca basada en cuentos tradicionales; de este modo los elementos sobrenaturales son aceptados «El anciano escupió en el suelo, y la hierba crepitó al recibir su saliva», los seres fabulosos forman parte de lo habitual «El híbrido de lobo había detectado el rastro del niño en el campo de batalla», y la metaliteratura no interrumpe el argumento principal sino que forma parte de él; El libro de las cosas perdidas difumina la barrera entre ficción y realidad,
«-Ahora cada presa es distinta porque cada niño aporta algo de sí mismo al animal con el que lo fusiono.»

Y David, el protagonista, se transforma en un héroe legendario capaz de luchar contra otros hombres, contra animales peligrosos, seres mitológicos o incluso, contra la propia naturaleza. Es sorprendente el parecido con la epopeya griega. Si Ulises se alista en la guerra de Troya por miedo a ser castigado por quienes lo rodean, David entra en el mundo fantástico al temer que sus padres pudieran recluirlo en un manicomio «No quería que lo ingresasen, pero los sueños le daban miedo y no quería tener más». Como Odiseo, tiene una personalidad dual, David es el niño inocente, desvalido, y el Hombre Torcido es su alter ego maligno, el más sencillo de seguir, el que lo guía hasta que pueda encontrar el libro de las cosas perdidas sin avisarle de que ese libro está compuesto de todos los actos que hemos llevado a cabo, buenos o malos, y de las consecuencias de nuestra ira, arrogancia o envidia. Sólo hay que destruir al Hombre Torcido, a esa parte oscura que late en el niño, y más tarde en el adulto, para tener una vida llena de recuerdos y experiencias capaces de ser encontradas en todo momento.

Y así, enfrentándose a sus dudas, temores e inseguridades, David desarrolla sus emociones hasta que puede manejarlas como actos de valentía. No tarda 20 años como Ulises, varios días inconsciente son suficientes para olvidarse de lo cotidiano y vivir sus miedos tan de cerca que se da cuenta de todo lo que podría perder. El ser humano necesita dosis regulares de ansiedad, de incertidumbre, de vencer lo inexplicable hasta que tenga sentido; si no lo consigue es difícil que lleve a cabo su completa formación, de ahí las cosas que se pierden durante la infancia, irrecuperables en la edad adulta si no les hicimos frente en su momento. A veces necesitamos ayuda, como es el caso de David, quien aprende de Roland para encarar sus adversidades. Roland no es el héroe típico que salva a su amada; amante de Rafael, y separado de él, debe dejar atrás su vida para encontrarlo aun sabiendo que habrá muerto. El sacrificio de Roland y Rafael, metáfora de los no aceptados en la sociedad, servirá para que los jóvenes —como David— maduren en su totalidad como seres humanos.

Connolly introduce todas las sensaciones en espacios repulsivos, desolados o claustrofóbicos para que evoquen con claridad determinados personajes arquetípicos que nos causan espanto. El lenguaje descriptivo es único para presentar el pánico fantástico de la novela «Cuando se despertó, estaba encadenado a una silla en una mazmorra oscura. Tenía la boca abierta con un torno de metal, y había un caldero humeante suspendido sobre su cabeza»; el lector, al igual que el protagonista, acepta la existencia de seres sobrenaturales aunque a veces no se distinga lo real de lo irracional. David duda en ocasiones de lo que ve, pero lo siente verdadero; la ansiedad aumenta produciéndole un terror psicológico que se instala asimismo en nosotros hasta que entendemos lo que presenciamos. Como los personajes secundarios de la novela, nosotros somos testigos de la maldad que nos aprisiona y de la que queremos liberarnos «En un dormitorio había un hombre y una mujer desnudos, y el Hombre Torcido llevaba a los niños a verlos […] y el hombre y la mujer les susurraban cosas en la oscuridad de la cámara, contándoles cosas que los niños no debe saber».

El final de El libro de las cosas perdidas, no tiene que ver con la historia de David sino que el autor se introduce para justificar por qué ha escrito esa novela y por qué ha quebrantado el conocimiento que tenemos de los cuentos tradicionales.

Ha habido pocos cambios en el comportamiento humano a lo largo de la historia. Simplemente variadas manifestaciones. Algo que da miedo ¿o reconforta?

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